Igualdad

La lavadora de Merkel

El trabajo del hogar sigue estando ahí, por mucho que sea invisible o la tecnoutopía nos prometa acabar con él

La cancillera alemana Angela Merkel

La cancillera alemana Angela Merkel / Christian Marquardt / Efe / Epa

Mar Calpena

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Corre por internet una entrevista con Angela Merkel en la que recientemente se le pregunta por las tecnologías smart o inteligentes, esas que permiten, por ejemplo que los electrodomésticos se conecten en las horas de menor consumo. La entrevista, que tuvo lugar en la Digitalgipfel 2020, una cumbre que organiza anualmente el Ministerio de Industria y Energía alemán para abordar la transformación digital –y que este año, irónicamente, se ha pasado al formato virtual por la pandemia– estaba conducida por otra mujer, la periodista Miriam Meckel. Y surgió la pregunta: ¿utiliza Merkel una lavadora 'smart' o la conecta ella misma? Merkel responde que no, que de la colada se encarga casi siempre su marido. Y añade que no conectan el aparato de noche porque hace mucho ruido.

Merkel, quien curiosamente trabaja en un edificio de oficinas apodado «la lavadora», por su fachada, es muy celosa de su vida privada. Mi primera reacción al oírla fue pensar que muy bien por ella, y por la naturalidad con la que enunciaba este reparto de tareas domésticas. Pero algo me chirriaba. No por la propia Merkel, sino por lo que revelaba nuestra mirada sorprendida o algo ingenua ante algo que no debería serlo. ¿Qué tenía la respuesta de inusual? ¿Que la colada la haga un hombre? ¿Que el matrimonio Merkel tenga una lavadora del montón? ¿O que sean ellos mismos quienes separan la ropa blanca de las americanas de colores?

Le he oído decir a mi madre en múltiples ocasiones que la nevera y la lavadora son las tecnologías más revolucionarias del siglo XX, y me inclino a darle la razón. Aunque los electrodomésticos se nos vuelvan listos, el trabajo del hogar sigue estando ahí, por mucho que sea invisible o la tecnoutopía nos prometa acabar con él. En Occidente muchas mujeres han conseguido librarse de él solo cuando, por fin, el reparto de su carga ha ganado en equidad, o cuando lo han subcontratado a otras mujeres más pobres. Nadie niega la importancia de la domótica y la transformación digital, pero me parece bastante más subversivo y urgente pensar en quién ahora mismo, en nuestra casa, aprieta el botón de la lavadora... y qué dice eso sobre nuestro lugar en el mundo.