Política y lengua

El catalán, víctima del 'procés'

La crisis y la demografía son parte de la respuesta, pero lo decisivo ha sido la ruptura del consenso lingüístico que conocía Catalunya

Concentración en la plaza San Jaume a favor de la inmersión lingüística

Concentración en la plaza San Jaume a favor de la inmersión lingüística

Andreu Claret

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La quiebra de los consensos que existían en Catalunya antes del procés ha dejado en la cuneta a muchas víctimas. Una de ellas es el catalán, cuya salud ha empeorado en la última década. Mientras la independencia multiplicaba sus apoyos, el uso del catalán seguía atascado. Incluso retrocedía en el Área Metropolitana y entre los jóvenes. ¡Menuda paradoja!

La lengua que fue perseguida por el franquismo no se ha beneficiado del 'procés' ni de gobiernos independentistas. Todo lo contrario. Son muchos los factores que influyen sobre la vitalidad de una lengua, pero el más importante es el clima que la rodea y que la hace atractiva y útil, incluso por quienes no la tienen como lengua materna. Así fue cómo muchos catalanes procedentes de otros lugares de España hicieron suyo el catalán, durante la transición. Lo veían más como una palanca de oportunidad social que cómo una imposición política. ¿Qué ha ocurrido para que este clima se haya truncado? 

El consenso roto

La crisis y la demografía son parte de la respuesta, pero lo decisivo ha sido la ruptura del consenso lingüístico que conocía Catalunya. Aquel que llevó a aprender el catalán, utilizarlo, y apreciarlo, a muchos de los que tenían el castellano como lengua de uso habitual. Durante años, esto ocurrió sin estridencias, y el catalán fue percibido cómo la lengua propia de Catalunya, aunque en las calles y en los patios de los colegios se hablase también, o incluso más, el castellano. El tajo que el 'procés' ha provocado en la sociedad catalana ha acabado con este equilibrio tan difícil como enriquecedor.

Al quedar asociado con la independencia, el catalán se ha reforzado entre quienes defienden esta opción política y ha provocado distancia, incluso recelos, entre muchos de los que no la comparten. Algunos independentistas, como Oriol Junqueras, captaron el peligro, y sostuvieron que la república anhelada no haría distingos por las lenguas. Sin embargo, la mayoría de los intelectuales y líderes del 'procés' se alienaron detrás del manifiesto Koiné que trataba a los inmigrantes como «instrumentos involuntarios de colonización lingüística» y pedía que el catalán fuera «la lengua territorial» de una Catalunya independiente. Un eufemismo para otorgarle la condición de única lengua oficial. Entre los firmantes estaba Laura Borràs, candidata a la presidencia de la Generalitat. 

Desde el otro extremo, Ciudadanos se sumó a esta polarización presentándose como el adalid de la defensa del castellano. Ello le permitió sacar réditos electorales tan espectaculares como efímeros y contribuyó a cavar aún más un foso hecho de ideas políticas, procedencias, y la lengua de cada cual. El resultado de esta instrumentalización cruzada de la lengua entre el independentismo y sus detractores ha sido letal. Ha dejado una sociedad dividida, con los dos idiomas que se hablan en Catalunya cada vez más encastillados en trincheras identitarias y territoriales. Mal asunto para el futuro del catalán si no se alcanzan pronto nuevos consensos.

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