TIEMPOS DE COVID

Una agenda nueva

Estos días que estamos viviendo son nuestros días, por mucho que nos parezcan una porquería

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Rosa Ribas

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La semana pasada pasé por delante de un local en el que había expuesta una única obra de un artista de Frankfurt: dos enormes letras azules, de las que se usan para rótulos de tiendas, formaban la palabra ‘NO’. En el cristal habían pegado un cartel que decía ‘Happy NO year 2020’. ¿Qué quería decir ese “no year”? ¿Que tenemos que borrarlo? ¿Significa que no hemos vivido el 2020? Tal vez suene muy resultón, pero no lo comparto.

A punto de entrar en diciembre, cada vez se repite más el deseo de que por fin pase el año 2020, como si lo que está sucediendo estuviera acotado temporalmente y, en cuanto cambie la fecha, algo maravilloso fuera a suceder. Así, de golpe. El pensamiento mágico es muy poderoso en momentos difíciles como este. Formular buenos deseos para el año nuevo, creer que empezaremos o dejaremos de hacer algo en cuanto llegue un nuevo mes, una nueva estación… Pero –dejando aparte su falsedad– esta forma de pensamiento mágico tiene el efecto de anular los días que preceden a ese fantaseado punto de inflexión. Es el culpable de que, una vez pasado el puente de la Constitución, los días hasta Navidad parezcan de trámite. De paso. Sin embargo, un día de nuestra vida no debería ser de paso. Porque es irrepetible. Los días no son como los ahorros, no los puedes guardar ni en un banco ni debajo del colchón. Los días son irrecuperables.

Porquería de días

Por eso, aunque estos, los actuales, nos parezcan una porquería de días, un tiempo de mierda, si queremos decirlo claro, estos días son nuestros días. Este no será nuestro año favorito, pero estoy bastante segura de que en el futuro será una de nuestras batallitas más habituales. 2020, por supuesto, pasará, llegará el nuevo año y, bueno, la cosa seguirá su curso. Con nuevos días que no podemos tirar a la basura.

Por eso la semana pasada me compré la agenda del 21. Fui a la papelería de mi barrio y la elegí con parsimonia, como hago todos los años. En la tienda me conocen y saben que me voy a quedar un rato dándole vueltas al expositor. La sobreabundancia de opciones me bloquea, y eso que solo tengo que elegir el color, porque el tamaño y el formato son siempre los mismos. Aun así, me tomo mi tiempo, ya que es un objeto que me va a acompañar un año entero. La única premisa es que la agenda nueva nunca tiene que ser del mismo color que la del año anterior. Así que miré y remiré, cambié de opinión en varias ocasiones, una de ellas ya camino de la caja, y acabé comprando una nueva agenda en un audaz color negro.

Extravagancia asiática

La del año pasado era azul. La compré en la misma papelería, en un momento en que la pandemia era algo inimaginable y llevar mascarillas por la calle, una extravagancia de turistas asiáticos. Tardé, como siempre, lo mío en elegirla y en la cafetería de enfrente anoté los primeros eventos a los que me habían invitado. En alguno de ellos incluso llegué a participar. Curiosamente, la vorágine de las noticias sobre la pandemia, el estupor al principio y la consiguiente lentitud de los días de los diversos confinamientos han hecho que esos recuerdos, que no son tan lejanos, parezcan muy remotos.

Otros proyectos que esperaban bien anotaditos entre las páginas de la agenda tuvieron que ser anulados. Podría haberlos tachado, pero escribo a lápiz también en la agenda y preferí borrarlos, dejarlo todo en blanco, porque así era como se habían quedado mis planes, en blanco. Páginas y páginas vacías. Hasta que recordé que cada uno de esos días era único e irrecuperable y decidí que no podían quedarse en blanco, que, en realidad, no estaban en blanco. Empecé a anotar con qué amigos hablaba por teléfono o por internet, que leía, que veía en la tele… No tanto lo que iba a hacer como lo que había hecho. Y las páginas se fueron llenando. Y los días empezaron a cobrar sentido dentro del caos. Durante unas semanas la agenda se convirtió en un diario, hasta que empezaron a llegar otros planes, que unas veces salían; otras, no. Ahora sé que si algún día abro esta agenda del 2020, estará casi tan llena como las de los años anteriores y las de los próximos.

Como la nueva. Mi audaz libretita de color negro, con el 2021 grabado en el lomo.

Un acto de esperanza

Me la he comprado, no porque crea que con el cambio de año todo esto pasará de golpe, sino porque el año que viene voy a seguir. Como lo he hecho este. A trompicones, como todos. Comprar esa agenda nueva es un acto de esperanza. Otros optimistas como yo ya me han invitado a participar en jornadas que están organizando para el año próximo y eso es lo primero que he anotado, a pesar de toda la incertidumbre. He apuntado las cosas que espero poder hacer el año próximo. Y, si no, las borraré y las cambiaré por otras. Porque este tiempo tal vez sea un tiempo de mierda, sí, pero es el que tengo.