IDEAS
Del teatro al restaurante (y viceversa)
Cuando desde nuestro sector lamentamos la inactividad forzosa, nos olvidamos de que también los espectadores son los damnificados
Josep Maria Pou
Actor y director teatral
Josep Maria Pou
En Bilbao, termino la representación y abandono el recinto. A pie de calle, me asalta un espectador que me da las gracias por seguir llevando el teatro de un lado a otro, en estas circunstancias. Me dice que el teatro es para él como una farmacia a la que acude en busca de analgésico cuando las cosas van mal dadas. Que en el teatro encuentra siempre consuelo y medicina. Y que, en estos días, le resulta, no solo necesario, sino imprescindible.
Pienso, automáticamente, en todos aquellos que llevan ya un mes sin farmacia de guardia. Pienso en mis paisanos catalanes, claro; pero también en los franceses, ingleses, alemanes... Me doy cuenta, sobre todo, de que cuando desde nuestro sector lamentamos la inactividad forzosa, con el consiguiente añadido de pérdida de ingresos, sueldos, puestos de trabajo, etc., nos olvidamos de que también los espectadores son los damnificados. A nosotros se nos deja sin gesto, sin máscara, sin voz. A ellos, sin espejo. Sin la posibilidad del reconocimiento en el otro, que es fundamental para el conocimiento de uno mismo. Se les priva, a la vez, del mínimo acto social que supone compartir techo y comida (cualquier buena escena de Chejov aprovecha tanto a la mente como un buen filete Stroganoff al cuerpo) con sus iguales, celebrando la catártica ceremonia del encuentro: estamos vivos y estamos juntos.
Y lo mismo puede decirse del cierre obligado de bares y restaurantes. Cuántos proyectos de vida en comun, cuántas grandes ideas, cuantos contratos decisivos, cuantos libros de éxito no habrán nacido en la mesa de un café. Cuántas ideas de peso no se debaten en cada tertulia. Cuánta locura controlada no habrá salido de una larga y regada sobremesa.
Y de nada sirve, frente a esto, el moderno 'take away': nadie puede llevarse a casa dos raciones de charla en compañía o cuarto y mitad de risas compartidas. Hoy en día, en un restaurante, los únicos que comen son los gastos fijos ineludibles. Y el único combinado a servir es el de la preocupación, la tristeza y el miedo.
Nos queda, a todos, la esperanza, claro. Y nos salva, el optimismo (cada vez más chico, cada vez más débil, cada vez más frágil)
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