LA CARA OSCURA DE LA RED

Una verdad social

La red es un negocio corporativo mundial por medio del cual una serie de empresas capitalizan nuestras reacciones y ansiedades en su beneficio

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Emilio Trigueros

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Internet no existe.

O no, al menos, en cuanto ilusión mental de un espacio en el que “está todo” a un clic.

Lo que existe es un negocio mundial para explotar unas redes de cables submarinos de miles de kilómetros, satélites sofisticados, innumerables servidores y antenas, millones de computadores y miles de millones de teléfonos móviles. Esos activos mundiales son un impresionante despliegue de capital que sumarán trillones de dólares, euros o reminbis. Un capital que, como toda inversión, requiere maximizar su factor de uso, para rentabilizarlo. Para hacer caja de la gente, vamos.

Aquí es donde entra nuestra atención.

¿Cómo podía el mercado movilizar nuestro interés hacia las redes? Por supuesto, haciendo cosas útiles: fabricando teléfonos que no pesen para que se lleven a todas partes, permitiendo hacer la compra desde cualquier sitio, cosas así. Bien. De acuerdo, hay enormes ventajas para la comunicación que disfrutamos todos, cada cual según sus gustos.

Pero deberíamos afrontar el balance de daños.

Nuestra atención es el negocio mundial de empresas que no existían hace 20 años y se han convertido en las mayores del planeta. Nuestra atención significa, para esas empresas, nuestros deseos, nuestras ilusiones, nuestro aburrimiento. El problema no es que tengan poder económico, si proviene de su éxito empresarial. Tampoco que alcancen poder político, pues eso se puede afrontar con leyes: la comisaria europea Vestager ha hablado de “autoritarismo tecnológico”. El problema es que esas empresas tienen un poder social sin límites para dirigir nuestras reacciones y ansiedades en su beneficio. Con el fin de que el beneficio creciente sostenga el precio de las acciones, esas empresas que son la gran historia bursátil de la última década promueven todo aquello que maximice el tráfico (el modo en que han convertido a una generación de jóvenes en un objetivo mundial de mercado requeriría un análisis aparte… peliagudo).

Y en el campo de la comunicación pública en Occidente, ¿qué ha triunfado en el tráfico por las redes?

En pocas palabras: los relatos emocionales masivos.

Es decir, relatos que por su propia difusión, a partir de una masa crítica, han hecho a sus protagonistas y tesis omnipresentes. Los momentos estelares de los relatos funcionan como un reactivo que activa un conflicto latente y sacude sus proporciones, hasta hacerlo gigantesco; en ese momento las redes imponen el relato emocional masivo por su maximización de la atención dominante. Es inevitable que la adhesión y el rechazo a la corriente se enfrenten. Una vez que un cierto relato emocional se ha expandido, empobreciendo el lenguaje, se revela imposible deshacer el entuerto. Estos relatos simples dominantes suelen achacarse a los populismos, pero lo cierto es que el progresismo social ha mostrado a veces una notoria habilidad para dividir en bandos los asuntos de todos. La marea del progresismo social único y la marea de la resistencia conservadora airada han terminado conduciendo cualquier cuestión a una especie de “conversación única”. O, en realidad, a una “no-conversación única”: esto es, al uso de un lenguaje vacío que rodea cualquier asunto que requiera una explicación clara de dilemas y posiciones.

Comunicación disfuncional

Este empobrecimiento del debate social ha sucedido de forma simultánea al crecimiento exponencial de la comunicación digital; es un hecho. ¿Se ha vuelto la comunicación pública completamente disfuncional en Occidente? ¿Ha sido la degradación de la comunicación en internet el precio de su desarrollo? Desde luego, no ha de serlo necesariamente: también antaño se asumía que la contaminación era el precio del desarrollo industrial, y hace tiempo que tenemos claro que no ha de ser así.

Por ahora, los mecanismos de la comercialización de nuestra atención por internet nos abocan a esos relatos masivos en los que se explota, al final, lo de siempre: la pertenencia a “los nuestros”, el miedo a “que vengan los otros”, el agravio que provocan “esos”. Lo cual nos vuelca al pesimismo de los conflictos crónicos, irresolubles. Los tácticos argumentarán que son necesarias la agresividad verbal y la demagogia porque en este mundo se escucha al que grita, no al que tiene razón. Del martilleo constante de esas visiones no puede emanar más que pesimismo. En el fondo se nota el engaño. Lo que hace falta son personas que tengan criterio, oficio y experiencia en lo que les toque hacer en la cosa pública. Punto. Frente a la explotación del miedo y el agravio, que son lo de siempre, también sigue vigente lo de “más siempre”: la verdad y la razón.

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