DESDE EL POBLE SEC
Los balcones: termómetro de la vida vecinal
El Poble Sec se salva de momento del desierto vecinal al que aboca la gentrificación, aunque no pocos tenemos la sensación de que estamos a un paso de que todo se vaya al garete
Sábado, 11 de la noche: agua saliendo en tromba de un portal de la parte alta de la calle del Poeta Cabanyes. Se había reventado una cañería y la vecina del bajo no daba abasto empujándola fuera del portal. Enseguida, todos los vecinos salieron a los balcones: los de los números de arriba se habían quedado sin suministro, igual que los del mismo portal, que además sufrían porque se les inundara el edificio. Pronto se puso en marcha la maquinaria humana: unos llamaban a los mossos, otros a los bomberos, mientras otros se dedicaban simplemente a comentar la jugada, cosa que conseguía que las caras de preocupación se relajaran en una media sonrisa cuando se colaba entre los comentarios algún desplante gracioso.
Ayer por la noche leía un artículo que explicaba cómo mis otros vecinos, los de la calle del Parlament, los del trabajo, durante el primer confinamiento se inventaron la costumbre de salir al balcón todos los días a la hora del vermut. Ponían música, bailaban, se preguntaban a gritos cómo habían pasado la noche y reían, también, cuando alguno de ellos, medio en broma medio en serio, se quejaba por la porquería de situación –todos cerrados en casa– que era aquella.
Un desierto
Hoy, comentando la noticia con Mireia, que vive al lado de la librería donde trabajo, me acordaba, por contraposición, supongo, de esto que hace unos meses me contaba un amigo que vive en el Gòtic: ahora, cuando sube a la terraza, solo ve metros y metros cuadrados de más terrazas vacías a su alrededor.
Cuando explota una cañería, igual que cuando explota el mundo, más vale tener vecinos cerca; pero vecinos de los que viven aquí, no de aquellos esporádicos que cuando las cosas se ponen feas de lo único que se van a preocupar va a ser de intentar adelantar el vuelo de vuelta y cancelar la reserva del apartamento sin perder dinero.
Parece que el Poble Sec de momento se salva del desierto vecinal al que aboca la gentrificación. Sant Antoni aún resiste también, aunque no somos pocos los que tenemos la sensación de que estamos a un paso de que todo se vaya al garete.
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