EL PROYECTO DE PRESUPUESTOS
Keynesianismo a todo trapo
Si a Zapatero le ordenaron "¡recorta, recorta!", a Sánchez le susurran al oído: "Gasta, gasta"
Marçal Sintes
Periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicació (URL).
Marçal Sintes
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han celebrado ante todos nosotros su feliz acuerdo sobre los presupuestos. Aumentan un poquito el IRPF de los ricos y de los que más ganan, mientras que las grandes corporaciones tendrán que pagar algo más de lo que pagan ahora, que es escaso, en concepto de impuesto de sociedades. Las subidas de impuestos son vistosas y populares, aunque en este caso sean modestas. Ofrecen grandes oportunidades propagandísticas y, si se pregonan bien, pueden cosechar montones de votos.
En cuanto a los gastos, se apuesta a fondo por la expansión y las políticas sociales. Confía Sánchez en el dinero europeo, así como en los nuevos vientos que soplan en Europa. Esta vez los hombres de negro no irrumpirán en La Moncloa para protestar por un cuarto de punto de déficit o porque la deuda no mengua.
Lo que tiene más enjundia ideológica, junto a las menores desgravaciones de los planes de pensiones, es tal vez la promesa –arrancada 'in extremis' por Iglesias– de llevar al Congreso en los próximos meses una ley para intervenir el mercado y limitar los precios de los alquileres.
Si en la crisis terrible del 2008 se impuso en la UE la austeridad a rajatabla y despiadada, ahora lo que se lleva es todo lo contrario, el keynesianismo a todo trapo. Europa tira de gasto como paliativo al hundimiento económico por culpa del covid. Si a Zapatero le ordenaron "¡recorta, recorta!", a Sánchez le susurran al oído: "Gasta, gasta".
Todo ello ha permitido a un Pedro y a un Pablo exultantes estrenar ya jugosos eslóganes (preámbulo de los que vendrán en el futuro): "Presupuestos de país y progresistas" y "la mayor inversión social de la historia" (Pedro); "hoy inauguramos una nueva etapa económica" y "se deja atrás la etapa neoliberal" (Pablo).
Ambos saben que en principio no han de surgir grandes impedimentos para aprobar las cuentas de la mano de sus socios habituales, por supuesto tras las pertinentes negociaciones y consiguientes arreglos. Hay dinero y hay luz verde para gastar, y eso ayuda siempre, y de qué manera, a engrasar la camaradería política.
La disyuntiva de Casado
Quien va a tener que sortear traicioneras dificultades va a ser, en cambio, Pablo Casado, que el otro día durante la moción de censura embestía sin compasión contra un Abascal atónito. Muchos dieron por hecho que el PP rompía con Vox, daba media vuelta y se lanzaba, raudo y osado, a la conquista del centro. Prácticamente todo el mundo le aplaudió, mientras el sueño de la gran coalición entre los llamados "partidos de Estado" acariciaba el cielo de Madrid.
Casado, en realidad, se estaba metiendo en una posición más que comprometida. No puede el líder popular dar la imagen de que sigue siendo cofrade de Abascal. Pero tampoco avalar un presupuesto como el diseñado por el Gobierno de coalición. No puede por razones ideológicas, algunas veces, y por razones simbólicas, en otras (los símbolos, en política, resultan determinantes). Se enfrenta Casado, por consiguiente, a una peligrosa disyuntiva. Compren palomitas y estén atentos a sus pantallas, que observar cómo el PP maneja tanta complejidad va a resultar un enorme espectáculo.
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