REPLANTAMIENTO DE LA SALUD PÚBLICA

De la procesión a la manifestación

Hace falta un reconocimiento de la tarea y la dignidad de los sanitarios, profesionales imprescindibles y altamente formados

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Joan Guix

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Cuando en 1974 acabé la carrera de medicina, uno de mis primeros trabajos, una sustitución, fue en un pueblo relativamente pequeño y durante el verano. En el mes de agosto yo era el único médico en el pueblo y coincidió con la fiesta mayor. Ya me tenéis a mí, con 24 años, pelo largo, barba y todo lo que los progres de la época llevábamos, en el balcón del ayuntamiento, junto al alcalde y el maestro presidiendo la procesión. El cura y el jefe de la Guardia Civil estaban abajo, en la procesión. Si iba a tomar algo al bar siempre había alguien que me lo pagaba. Yo era el 'Señor Médico'. Con toda seguridad, esto era un exceso. No teníamos demasiados problemas para encontrar trabajo, y los sueldos no estaban mal en aquella época.

Han pasado 46 años. Ha llovido mucho y muchas cosas han cambiado. Estos cambios han supuesto la modificación de los roles clásicos. La Sanidad se ha convertido en consumo; el paciente ha acontecido cliente y el médico es un proveedor de servicios. Además, la tecnología, en el conjunto de nuestra sociedad, ha pasado a ocupar un lugar central y se ha convertido en el tótem que todo lo puede, especialmente en el campo diagnóstico y farmacéutico.

Tenemos tests y pruebas que nos dan el diagnóstico; algoritmos, protocolos y guías clínicas que nos indican qué hay que hacer en cada situación; y tratamientos farmacológicos o tecnológicos que todo lo resuelven. Los robots operan.

En un contexto de un sistema sanitario público ha hecho aparición el paradigma de la gestión. Los recursos son limitados, la demanda es más alta que nunca por el incremento del horizonte demográfico, pero también por el contexto de los derechos de los pacientes como beneficiarios de un sistema basado en impuestos.

Todos tenemos derecho a todo. Los médicos, de ser una profesión liberal o con amplios márgenes de autonomía, pero ha acontecido un asalariado. Hay que incrementar la eficiencia del sistema y esto quiere decir incrementar la productividad. Hay que adaptarse a los protocolos. Las profesiones sanitarias se han burocratizado. Los salarios de los profesionales son bajos en comparación con otros lugares. La presión asistencial crece. Hay precarización laboral.

La expansión de las TIC, el Doctor Google y similares, ha puesto al alcance del ciudadano de la calle aquello que era una de las bases de la autoridad del médico: el conocimiento o, cuanto menos, la información, aunque no siempre adecuada. Ha surgido el “paciente informado” que discute y, a menudo, exige al profesional médico. Y esto en si no es malo. El médico es visto como un intermediario, a veces un obstáculo, entre el paciente-cliente y la tecnología a la cual se tiene derecho. Y la demanda judicial lo sobrevuela todo. Y, demasiado frecuentemente, las amenazas y las agresiones.

Fuga de cerebros

El estatus y el prestigio médico caen. La conciliación es difícil. La emigración de profesionales hacia otros lugares donde se ofrecen mejores salarios, mejores incentivos, y mejores condiciones de trabajo en general, no hace más que incrementar el problema. Faltan manos. Faltan cerebros. Por si fuera poco, la crisis del coronavirus. En este entorno toda la problemática se ha acentuado al máximo. Resultado: más presión asistencial, cansancio, malestar y quejas. Las consultas telefónicas despersonalizan la relación médico-enfermo. Los aplausos a las ocho están bien, se agradecen, pero no es suficiente.

Donde hemos escrito “médico” pongamos enfermero, técnico o cualquier profesional sanitario. En una generación hemos pasado de presidir la procesión a la manifestación. Muchos de los cambios que estamos viviendo son positivos. La tecnología es una gran ayuda, pero detrás de cada test debe haber un cerebro que lo interprete correctamente y que tome las decisiones que haga falta de acuerdo con cada situación concreta. Cuando tratamos con dinero público la efectividad y la eficiencia son una obligación moral. Se están haciendo esfuerzos para arreglarlo. Pero la solución no pasa para recuperar los viejos privilegios. Tampoco está en la sumisión con lo que está pasando. Hace falta una visión más comunitaria, basada en la prevención y la gestión de los determinantes de la salud. Hace falta tiempo para poder cuidar el aspecto humano, empático, de la relación médico-enfermo. Hace falta presencia. Hay que modificar los entornos que propician la enfermedad. Hay que apostar por la salud y no solo por la curación de la enfermedad. Hace falta un reconocimiento de la tarea y la dignidad de unos profesionales imprescindibles y altamente formados. Hace falta un replanteamiento a fondo del sistema sanitario. No valen parches.

Medical Anthropology Research Centre. URV. Exsecretario de Salut Pública de la Generalitat

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