BARRACA Y TANGANA

Hay que insistir

En el fútbol juvenil valenciano solíamos jugar contra chavales que salían de la Fábrica, pero no de la cantera del Madrid, que llaman la Fábrica, sino de la Fábrica Gómez, la okupa que había en Castelló entonces

Enrique Ballester, en el campito donde juega con su hijo al salir del colegio.

Enrique Ballester, en el campito donde juega con su hijo al salir del colegio. / periodico

Enrique Ballester

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Los inconscientes de Libros del KO me han publicado otro recopilatorio de columnas. He escrito casi ochocientas columnas -la primera en el 2006- y a veces me preguntan si aún tengo algo que decir, como si en algún momento en todos estos años hubiese tenido algo que decir, o como si para escribir otras ochocientas columnas se necesitara de veras algo importante que decir. Para escribir una columna solo hay que sentarse, observar y esperar, igual que para escribir una crónica de un partido de fútbol: toma asiento, observa y espera. Al final siempre pasa algo, sea en el primer minuto o en el último, algo que te da la primera frase, y una vez la tecleas lo demás sale por inercia, hasta la meta, río abajo.

Con las columnas además uno puede volver al pasado, una indudable ventaja. Todos tenemos un pasado, solo uno, pero es increíble cómo se ramifica el recuerdo, cómo afloran las historias escarbando poco a poco. Hay matices que aguardan en el limbo, invisibles hasta que de pronto reparas. Por ejemplo, llevo décadas contando que en el fútbol juvenil valenciano solíamos jugar contra chavales que salían de la Masía, pero no de la residencia del Barcelona, sino de la discoteca de Segorbe, la mítica Masía de Segorbe. 

De la Masía a la Fábrica

Esto lo conté primero a mis amigos, como siempre, después lo utilicé en una entradilla de una entrevista y creo que en alguna columna. El tema ha salido un montón de veces, porque al fútbol juvenil se juega solo tres años, pero las historias te persiguen durante miles de noches. Pues bien, nunca nos habíamos dado cuenta de que podíamos estirar el chicle. Porque en el fútbol juvenil valenciano también solíamos jugar contra chavales que salían de la Fábrica, pero no de la cantera del Madrid, que llaman la Fábrica, sino de la Fábrica Gómez, la okupa que había en Castelló entonces.

Calculo que este hallazgo trivial me dará mínimo para un par de columnas, algún rato en la radio y miles de conversaciones estúpidas. El hallazgo también refuerza algo que pienso de vez en cuando: siempre se puede ir un poco más allá, hay que insistir, siempre hay que pelear la segunda o la tercera jugada. Hay que insistir en el fútbol, jugándolo y compitiéndolo: hay que ir y que ir y que volver a ir, en este tramo de la temporada un equipo ha de creer en lo que hace, sea lo que sea lo que decide hacer, e insistir sin dudar hasta que descose al rival y le funcionan los engranajes. Y hay que insistir en la vida, con las personas para conocerlas lo suficiente, y con los lugares para descubrir aquello que no está en la superficie. Suele ser lo mejor siempre.

Lo que soy

Lo malo de los libros es que me hacen fotos y yo a las fotos les pido un absurdo, les pido que no reflejen lo que soy. Esta vez fuimos a un campito en el que suelo jugar con mi hijo, cerca del colegio. Parecía buena idea, pero no, luego reflejaron lo que soy: en unas fotos parezco un recluso en el patio de la cárcel y en otras un señor mayor, José Antonio, de 73 años, que se había perdido y había aparecido desorientado en el parque, con una pelota pinchada y un transistor sin pilas, farfullando incongruencias sobre 'Otro libro de fútbol'. Si lo ven por ahí avisen a su familia, que está muy preocupada, o eso dicen.