IDEAS

Nadie es perfecto

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Josep Maria Pou

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“Votar es no tener que decir nunca lo siento”. No me extrañaría que en las primeras semanas de febrero del 2021 llegáramos a ver esta frase como eslogan de algún partido en período electoral. Más de un jefe de campaña está diseñando ya, en este mismo momento, la estrategia de imágenes y consignas para esa quincena decisiva. “Hoy te voto más que ayer, pero menos que mañana” podría ser el eslogan de los incondicionales, el de la lealtad, el del “amor más allá de la muerte” a los ideales del partido. 

El anuncio -no convocatoria oficial, todavía; no confundamos- de que en Catalunya podríamos tener que acudir a las urnas el día de los enamorados, ha agudizado mentes y disparado elucubraciones. Ya sé que para la mayoría de catalanes el auténtico patrón de los enamorados no es San Valentín sino Sant Jordi, pero estoy seguro de que entre los dos se reparten (y comparten, en santa convivencia) el total de la parroquia. Si acudir a las urnas es siempre un acto de fe, ¿hacerlo en 14 de febrero lo convertirá, además, en un acto de amor?

Pero, cuidado, porque todo haz tiene su envés. Y si la simple mención de esa fecha nos planta frente a la cara del amor, conviene no olvidar que su cruz se llama “matanza de San Valentín” ( aunque yo prefiero llamarlo “escabechina”; matanza me suena a gorrino y a poco respetuoso con las muertos). Fue también un 14 de febrero, allá en el Chicago de 1929, donde un grupo machacó al contrario para quedarse con la mayor parte del pastel. Algo que -subfusiles Thompson, aparte- es la base del ideario de todos los partidos en jornada electoral.  Cuidado, pues, con las fechas, porque también las carga el diablo. 

Con ánimo de colaborar, busco en la literatura alguna frase que, referida al amor, pudiera tener, ambivalente, una lectura política y servir a la intendéncia de ese día. Ahí van dos, para quien quiera echar mano de ellas: “El amor es unirse a pesar de todos los pronósticos” y “ En la guerra y en el amor no cabe lo imposible”. Aunque la más adecuada sería, quizás, aquella que cerraba la película en la que Billy Wilder recogía lo sucedido en Chicago un desgraciado 14 de febrero: “Nadie es perfecto”.