Dos miradas

Memoria de Guillem Agulló

La respuesta a la muerte del joven valenciano es un clamor a favor de la vida y la dignidad

Rodaje de 'La mort de Guillem'.

Rodaje de 'La mort de Guillem'. / MIGUEL LORENZO

Josep Maria Fonalleras

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Una vez terminado el juicio contra los asesinos de Guillem Agulló, con una puesta en escena esperpéntica y con un veredicto muy blando, a favor de los militantes neonazis que lo mataron, la familia cena en casa. El padre arrincona la silla donde se sentaba Guillem y le quita el rango de símbolo, de evocación íntima y permanente, que había presidido el duelo desde su muerte. La madre, Carme Salvador, mira la nueva composición de la mesa, se sienta, no dice nada y come. Es la última escena de 'La mort de Guillem', la película que rememora los años de plomo en Valencia, con fascistas campando prácticamente inmunes a la justicia. Es el final de una pesadilla.

¿El final? No. Un punto y aparte, porque la tenacidad de la familia ha impedido, todos estos años, que se desvaneciera la memoria de aquel "hijo muerto, que vivirá para siempre", como decía la madre. Una memoria cultivada por mucha más gente (como Núria Cadenas, que ha novelado aquella tragedia, o como los Obrint Pas con su 'No tingues por') y que resuena en nuestro presente porque "los lobos todavía están ahí, al acecho". La respuesta a esa agresión de Montanejos es un clamor a favor de la vida y la dignidad.