Las armas atómicas

En el umbral de la autodestrucción

A pesar de que la amenaza de conflicto nuclear sigue vigente y no se ha convertido en menos letal, cada vez prestamos menos atención al tema

Vista de la Cúpula de la Bomba Atómica, en el parque del Memorial de la Paz de Hiroshima.

Vista de la Cúpula de la Bomba Atómica, en el parque del Memorial de la Paz de Hiroshima. / periodico

Mariano Marzo

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El pasado 6 y 9 de agosto se cumplieron 75 años del lanzamiento de sendas bombas atómicas sobre<strong> Hiroshima y Nagasaki</strong>, respectivamente. Unos tristes aniversarios que invitan a reflexionar sobre el significado profundo de la energía nuclear con fines militares. 

La primera detonación de una bomba atómica, el ‘Trinity Test’, realizado el 16 de julio de 1945 en Nuevo México (EEUU), marca el inicio de una nueva época para la humanidad: un salto cualitativo en nuestro poder de transformación del mundo, tan o más significativo que el efectuado durante otras transiciones anteriores (agrícola, científica e industrial). Con dicho ensayo, la rápida aceleración de nuestro poder tecnológico alcanzó finalmente el umbral que abre paso a la posibilidad de que nosotros mismos podamos destruirnos, deliberadamente o por error. 

Los riesgos existenciales creados por el hombre nacieron con la exitosa prueba de Nuevo México. Por vez primera, la amenaza para la humanidad generada por ella misma excedía las provenientes de la naturaleza y del cosmos. La bomba nos daba el poder de hacernos a nosotros mismos lo que la selección natural ha hecho con el 99,9% de las especies que han vivido en la Tierra. Algunas evolucionaron a otras nuevas, pero la inmensa mayoría, incluidas todas y cada una de las otras especies de ‘Homo’ con las que hemos compartido el planeta, simplemente desaparecieron. Y el mismo destino podría esperarnos a nosotros.

El empleo de armas nucleares supuso una ruptura, un salto sin precedentes, en la progresión del poder destructivo de la humanidad. Un poder que el desarrollo tecnológico ha multiplicado a un ritmo inusitado. En Hiroshima y Nagasaki, una sola bomba atómica causó el daño de miles de convencionales, pero siete años después, en 1952, el ensayo en de la primera bomba termonuclear liberó más energía que todos los explosivos utilizados en el transcurso de la segunda guerra mundial, incluidas las dos bombas atómicas lanzadas por EEUU sobre Japón. 

Una vez que el poder destructivo de estas dos bombas atómica quedó demostrado, otras naciones se apresuraron a dotarse con la terrible arma, de modo que la Unión Soviética probó su primera bomba atómica en 1949, Gran Bretaña en 1952, Francia en 1960, China en 1964, India en 1974, Israel en 1979, Pakistán en 1998 y Corea del Norte en el 2006. Una carrera, todavía no concluida, que en la actualidad se traduce en un arsenal de aproximadamente 14.500 cabezas nucleares (un número que, gracias a diversos tratados de control, queda muy por debajo de las casi 70.000 contabilizadas en 1986) concentradas en un 92-93% en tan solo dos países, EEUU y Rusia.

Está claro que tal arsenal tiene el potencial para cambiar la historia humana. De hecho, desde mediados del siglo pasado, un grupo cada vez más numeroso de prominentes líderes mundiales, científicos atómicos e intelectuales, han venido advirtiendo sobre la posibilidad de que un conflicto nuclear a gran escala, generalizado, pudiera significar un colapso permanente de la civilización o incluso la extinción de la humanidad. Pensaran que con tanto que perder, una guerra nuclear no interesa a nadie. Un hecho que en el fondo genera un cierto efecto preventivo, de disuasión, ya que los líderes de las partes en conflicto siempre acabaran por retroceder antes de llegar al límite. Sin embargo, debemos ser conscientes de que unas pocas personas o un individuo, pueden, por error o por convicción, causar una catástrofe que se propague en cascada, incluso globalmente. No conviene perder de vista que las armas nucleares empoderan a individuos y pequeños grupos que podrían albergar intenciones apocalípticas. Como alguien ha dicho la aldea global también tiene (y perdonen la expresión) sus tontos del pueblo y hoy en día esos tontos pueden estar peligrosamente armados.

A pesar de que la amenaza de conflicto nuclear sigue vigente y no se ha convertido en menos letal, cada vez prestamos menos atención al tema. La psicología humana tampoco ayuda a la hora de tomar conciencia de la gravedad de la situación. En general nuestra mente no asimila y se desentiende de los grandes números y grandes catástrofes: cientos de millones de muertos, miles de millones de muertos, extinción… Tenemos una incapacidad psicológica para escalar los pequeños números de la realidad cotidiana a las vastas cifras de la mortandad en masa.  En este sentido, quizás venga a cuento una frase atribuida a Joseph Stalin: “Una muerte es una tragedia; un millón de muertes es estadística”.

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