Consecuencias económicas de la mala gestión

Efectos reputacionales

Si Madrid está dando un espectáculo que sonroja y provoca pasmo en muchas capitales europeas, no crean que el daño se detiene allí: irradia a toda España, y Barcelona no queda al margen

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Josep Oliver Alonso

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La epidemia no cesa. Y comienzan a advertirse nuevos signos de sus efectos sobre la actividad económica, indicativos de que esta segunda ola puede acabar siendo tan negativa como la primera. Cierto que, hoy por hoy, todas las autoridades europeas están por mantener la actividad, sea cual sea el coste sanitario que comporte. Pero de esa voluntad no se deriva que sea posible ni, particularmente, beneficioso.

El problema que afrontamos deriva de la dificultad para comprender los efectos de fondo de la epidemia: actuamos anclados en un mundo pre-covid, esperando que, una vez la vacuna aparezca, todo regrese a la normalidad. Pero hay otras salidas a la situación actual más sombrías, y más realistas: las de un futuro en el que convivamos con la enfermedad, y en el que solo podamos desprendernos de ella en determinados momentos. En este horizonte nada imaginario, ¿quién saldrá mejor de la crisis? Difícilmente serán los países, territorios o ciudades que han dado manifiestas muestras de incapacidad en abordar la pandemia. Y ahí, hay que reconocer que España lo tiene mal: sobre nuestro futuro, planean los efectos reputacionales sobre la seriedad y la capacidad con la que se aborda, y se ha abordado, la epidemia.

A finales de julio, me encontraba en los Alpes franceses, subiendo penosamente algunos de los bellos collados del Tour, cuando el primer ministro Jean Cantex anunció que Francia aconsejaba a sus nacionales abstenerse de visitar ‘la Catalogne.’ Les aseguro que, por lo inusual de la recomendación, su declaración me impresionó, al igual que me sorprendieron sus efectos: en la autopista que enlaza Orange con Barcelona, jamás, en una tarde veraniega, había encontrado un tráfico más fluido. Ahora, ojeando la prensa europea o americana, es Madrid la que emerge como el pozo negro de Europa. No es que tenga más casos que la media: es que en algunos municipios o distritos de la capital, multiplica por un factor muy elevado los registros de Alemania, Italia o, incluso Francia y Gran Bretaña. No hay capital europea que pueda compararse a Madrid.

Presiones erróneas

Es lógico que el comercio, la restauración, el entretenimiento o los transportes presionen para que las medidas de contención de la epidemia sean mínimas. Pero hay que ir con tiento porque, incluso en cortos periodos de tiempo, ello puede terminar siendo un error. Como lo fue la salida del estado de alarma: el deseo de salvar la temporada turística, en particular en Madrid o Catalunya, comportó una paradójica ausencia de controles en los transportes, y ello con una clara incorrecta preparación de la sanidad (insuficiencia de recursos en la primaria, escasos tests y falta de rastreadores). En todo caso, el resultado ha sido catastrófico: el colapso de la actividad que se pretendía evitar en julio-agosto, los meses centrales del año turístico, ha dado paso al peor verano de la historia del país, prueba irrefutable de que los efectos reputacionales pueden ser muy graves. Y no podía ser de otra forma: tratándose de una virulenta infección, la reputación se gana o se pierde en cuestión de días, como muestra el caso italiano.

Si elevan la mirada e intentan proyectarse hacia adelante, no pueden menospreciar los daños sobre la capacidad de atracción de Barcelona o Madrid: la incapacidad de las autoridades que controlan ambas ciudades (locales o autonómicas) las ha marcado como destinos inseguros, algo que para un país como el nuestro es particularmente negativo. Y aunque ello se corrija, no esperen que el lustre y la seducción de nuestras ciudades vayan a recuperarse de golpe. La competencia mundial es feroz y, en el contexto actual, la atracción que ejercen las grandes urbes es un juego de suma cero: lo que ganan unas lo pierden otras.

Una última consideración acerca de Madrid. Desde estos lares, a Catalunya me refiero, habrá quien no lo considere particularmente preocupante. Craso error también. Porque, al margen de efectos epidemiológicos, la reputación es colectiva y afecta a todo el país, como sucede con la prima de riesgo. Y si Madrid está dando un espectáculo que sonroja y provoca pasmo en muchas capitales europeas, no crean que el daño se detiene allí: irradia a toda España, y Barcelona no queda al margen.

Bien está que se intente compatibilizar lucha contra la pandemia y actividad. Pero no se puede olvidar que la economía precisa del hoy y, también, del mañana. Y, en lo tocante al futuro y en el ámbito turístico, la reputación es, con toda seguridad, el activo más valioso de que disponemos. Lastimosamente, lo estamos dilapidando.

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