El tablero catalán

Perdido en su habitación

El rey Felipe VI en el discurso de apertura de la XIV legislatura en el Congreso

El rey Felipe VI en el discurso de apertura de la XIV legislatura en el Congreso / periodico

Josep Martí Blanch

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Catalunya sigue atragantándosele al Estado. El bocado soberanista atascó definitivamente en 2017 la traquea de la arquitectura constitucional española y, sin llegar nunca a asfixiliarla, impide desde entonces que el riego de oxigeno fluya con normalidad por todo el cuerpo institucional y politico.

Hasta la monarquía sufre de anoxia y espasmodea de un modo extrañísimo, como se ha visto con la polémica suscitada por la negativa del gobierno de Pedro Sánchez a validar el viaje de Felipe VI a Barcelona para la entrega de los despachos a la nueva promoción de jueces, argumentando lo inoportuno que resultaba políticamente tal desplazamiento.

Que el Rey cogiera después el teléfono para vociferar a través de terceros que se quedó en casa contra su voluntad, violentando el principio de neutralidad política que debe acompañar a un monarca democrático, prueba la mala salud de los poderes de un Estado incapaz de deglutir políticamente el embrollo catalán. Un Estado que ahora también adolece de las alergias derivadas de la díficil digestión democrática que supone para muchos la existencia de un Gobierno como el del binomio Pedro Sánchez-Pablo Iglesias.

El chaparrón político que se ha desatado con Felipe VI solo en casa es sólo un anticipo de lo que está por venir con cualquier decisión que el Gobierno español tome para que los líderes del 'procés' encarcelados puedan quedar en libertad, ya sea a través de una reforma del delito de sedición o un hipotético indulto de los que van a tramitarse.

Como en los tiempos ya lejanos del 'peix al cove', en los que las cesiones competenciales eran entendidas como un arrancarle muelas sin anestesia al Estado, también ahora todo paso encaminado a desinflamar el conflicto seguirá narrándose como una cesión al chantaje soberanista a cambio de votos para sacar adelante el presupuesto. Cualquier intento por explicarlo como un primer paso de otros muchos para alcanzar una solución estructural al mayor problema que sigue teniendo España va a caer en saco roto.

Con más motivo cuando, para empequeñecer la agenda catalana se insiste en la jerarquía coyuntural de la covid-19 y la emergencia económica. La salud y el dinero golpean el cuerpo de España con virulencia, y puede que al final toda ella acabe siendo un inmenso moratón, pero Catalunya -el soberanismo, para no confundir la parte con el todo- está atascada en la garganta y obstruye la oxigenación de las células.

Esta ha sido y es la principal victoria del proceso, si es que puede entenderse como tal haber conseguido que trastabillase el normal funcionamiento del Estado, enredarlo en sus contradicciones y que, aún hoy, éste no pueda sentirse de ningún modo un vencedor neto en un asunto en el que erró en el diagnóstico y por ende en el tratamiento.

Recordar estas cuestiones en vísperas de la inhabilitación de Quim Torra y el enésimo espectáculo que van a ofrecer los socios del gobierno catalán, hablando de unidad con la boca pequeña mientras procuran despellejarse y pactan una interinidad vergonzosa en las instituciones que se alargará un mínimo de cuatro meses en medio de la pandemia y la urgencia económica, no es un capricho.

ERC y Junts van a pactar sin avergonzarse, y como si fuera la cosa más normal del mundo, cosas tan intrascendentemente ridículas como que Pere Aragonés, presidente por accidente, no pueda trasladar su despacho desde el Departament d'Economia que dirige, a las dependencias presidenciales del Palau de la Generalitat en la Plaça Sant Jaume. En el súmmum de la pornografía de lo banal, Aragonés tampoco podrá dar un discurso de fin de año. No han trascendido detalles sobre si además deberá vestir hasta las elecciones de riguroso negro, con mantilla incluida tapándole la cabeza, para dejar meridianamanete claro que guardará como debe el luto que Quim Torra merece. Sí ha quedado claro que no podrá cesar ni nombrar consejeros, hagan lo que hagan, que es lo mismo que convertir el gobierno en una pandilla de personas que durante unos meses van a autogestionarse cada uno desde su trinchera departamental. Ahí es nada con el covid-19 y la economía tiritando.

Y sin embargo estas dos formaciones políticas van a seguir gobernando juntas después de las elecciones porque, no tengan dudas sobre ello, el soberanismo volverá a ganar las elecciones y continuará ahogando la normal respiración de un Estado cuyo simbolo de unidad y permanencia ya no puede visitar Barcelona con normalidad. Confundir el enanismo político del soberanismo de última hornada con su desaparición es una ensoñación. Y para muestra el Rey, perdido en su habitación, sin saber qué hacer, se nos pasa el tiempo.

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