La desigualdad ante la pandemia

La aporofobia de cada día

El virus entiende, y bastante, de clases sociales, y ataca más a las más vulnerables

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zentauroepp55056626 200922190554 / LEONARD BEARD

Ana Bernal-Triviño

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Estos días se hizo viral una entrevista en televisión donde una mujer decía: “En La Moraleja no estamos mezclados con las personas que viven en Alcobendas, que viven en pisos, que hay más gente en la calle... esto es una zona muy tranquila, con jardines y chalets con terreno y aire libre”. Un comentario tan sencillo fue la mejor respuesta para anular algo que el pensamiento único lleva tiempo insistiendo: la lucha de clases no existe. Es más, algunos dicen que ni existen las clases sociales.

Esa reflexión ejemplifica lo que ya explicaba la filósofa Adela Cortina con el concepto 'aporofobia': el rechazo a la persona pobre, ya sean migrantes o quienes residen en nuestro país. En el caso del vídeo, esa otra gente con la que no se mezclan es la clase trabajadora, la clase obrera, la que curra desde la madrugada para pagarse una habitación o un piso pequeño, lejos de los chalets y jardines de lujo.

Por eso son los “otros”, quienes hacen el trabajo necesario para servir a los de la Moraleja y al resto de la sociedad. Todo lo que no esté a su nivel económico son pobres, inferiores… pero son útiles cuando los de La Moraleja o similares hacen actos de caridad o visitan el Rastrillo por Navidad. Al menos, les permiten hacerse la foto, sentirse recompensados cuando esa gente “pobre” les da las gracias por unas monedas y, de paso, limpian la conciencia. 

La aporofobia está impregnada en toda la sociedad, no solo en la española. La aporofobia se aplica de forma directa al extranjero que viene a buscarse la vida, pero se olvida si llega en avión. Es la misma que esta semana hemos visto por parte de una Europa que deja sin nada a las personas refugiadas, que huyeron por el incendio del campo de Moria. Pero la aporofobia también está en quienes viven aquí, en esos límites de barrios que sirven de pequeñas fronteras.

La pandemia del covid-19 ha demostrado, una vez más, que el mito de que la lucha de clases no existe se cae por su propio peso. La propia Ayuso demostraba su incompetencia al referirse a los “modos de vida” de los barrios del sur de Madrid, en lugar de las condiciones de vida que sí dependen de las políticas públicas. Eso son tomas de decisiones, no casualidades.

La clase obrera expone su cuerpo en primera línea en un trabajo precario, pero también en usar transportes públicos sin reforzar, en vivir en casas compartidas porque la política de vivienda del país brilla por su ausencia o no tienen ni opción de ser atendidos en su centro de salud porque está colapsado. Si hay representantes políticos que se sienten molestos por las “condiciones de vida” está en sus manos mejorarlas, salvo que quieran beneficiar a sectores privados a costa del esfuerzo de esos “pobres”.

El covid-19 ha demostrado que aquella frase de “esto nos afecta a todos” era, en parte, una falacia. El virus entiende, y bastante, de clases sociales y ataca más a las más vulnerables. Recuerdo en la crisis del 2008 esos debates que insistían que en la lucha de clases era un término muy antiguo sin sentido en la sociedad actual. Lo decían los mismos que cogen la “clase” Preferente en el AVE y primera “clase” del avión. 

¿Cómo se llama lo que estamos viendo hoy día? Una pura lucha de clases donde unos pueden protegerse más que otros por sus condiciones de vida. Donde unos pueden coger su coche o hacer teletrabajo y otras personas no. Donde unas personas acuden a la sanidad privada y otros tardan días en saber su contagio porque atención primaria está desbordada. Donde unos pueden vivir en pisos donde sobran habitaciones y otras personas tienen que compartirlas.

Responsabilidad política

Esto, en una pandemia donde es factor de riesgo no cumplir con la distancia social, es la clave de todo. Es cierto que el virus afecta a toda la sociedad pero no todo el mundo tiene el mismo punto de partida, porque el nivel de renta no es el mismo. Justo por eso la responsabilidad política debía haber estado en prevenir y controlar, no en convertir Madrid en el territorio con más contagios de toda Europa, olvidando a las personas más vulnerables que crea el propio sistema.

Vivir con el clasismo y con la aporofobia cada día produce no solo declaraciones como la mujer de La Moraleja, sino vivir ajenos a la realidad, estigmatizar, excluir y pensar que esas personas con las que no te “mezclas” no tienen que ver contigo. Al final, terminamos en políticas que profundizan más en las desigualdades sociales y salvan a los de siempre. Que no culpen con la “relajación ciudadana” lo que es relajación e interés político.

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