TABLERO CATALÁN

Teatro, lo nuestro es puro teatro

Entre perder el tiempo en Twitter repicando poesía y quemarse las cejas estudiando e intentando influir, el Govern prefiere siempre lo primero

Quim Torra, Ramon Tremosa y Pere Aragonès

Quim Torra, Ramon Tremosa y Pere Aragonès / ACN / PAU CORTINA

Josep Martí Blanch

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Si el Teatre Nacional de Catalunya fuese el espacio escénico donde se representase la actividad política catalana hubiésemos tenido estos días una excelente oportunidad para sorprendernos, un poquito más, de la extraña jerarquía que ordena las preocupaciones de nuestros gobernantes.

En la Sala Gran, joya de la corona del mega espacio, el espectáculo a representar, con el cartel, eso sí, de todo vendido, lo hubiera protagonizado el folletín de Quim Torra con su crisis de gobierno y las lecturas políticas que de ella se derivan. Teatro del relato. Teatro-teatro.

En la Sala Petita, con menos espectadores, actores secundarios como el ‘conseller’ d’Educació, Josep Bargalló, hubiesen declamado sobre la vuelta al colegio en tiempos de covid-19, ratios, burbujas de alumnos y otras consideraciones sobre un asunto que alivia y aterroriza a partes iguales a las familias. Teatro de lo cotidiano. Teatro práctico.

Por último, en la Sala Tallers, con un aforo todavía menor, hubiese reinado el silencio propio de una obra invisible para la que no había entradas a la venta: la fusión de CaixaBank y Bankia con guion de Isidre Fainé. Teatro estratégico. Teatro sistémico.

No hace falta ser un crítico con el estómago rebosando acidez para caer en la cuenta de que el Govern estaba totalmente ausente de la tramoya en la que se cocía la noticia política y económica más importante de los últimos tiempos que modifica el mapa bancario español. Al Govern ni se le vio, ni se le esperaba. No estaba invitado ni –y esto es lo grave– pidió, exigió y batalló por estarlo.

Quizás se enteraron de noche por los periódicos o quizás no. Pero el resultado es el mismo. El Govern convertido en un mero observador de piedra que no alcanza a ver las que pasan por delante de sus morros. Entre perder el tiempo en Twitter repicando poesía y quemarse las cejas estudiando e intentando influir, desde una posición de debilidad –cierto–, en aquellas carpetas que sí alteran de arriba abajo la realidad, el Govern, con el presidente a la cabeza, prefiere siempre lo primero.

A día de hoy, más allá de las declaraciones para salir del paso del recién estrenado ‘conseller’ d’Empresa i Coneixement, Ramon Tremosa, y de las del vicepresidente y ‘conseller’ de Economía, Pere Aragonès, –plenamente alineado con las instituciones comunitarias que también exigen al Gobierno central que salga cuanto antes del accionariado de Bankia– nada sólido desde el Ejecutivo catalán se ha dicho sobre la fusión.

En 2017, cuando muchas grandes empresas catalanas desplazaron su sede social –algunas de ellas atendiendo a presiones injustificables del Estado– a diferentes puntos de España (CaixaBank mudó su sede a Valencia y la fundación bancaria a Palma) el independentismo, también el gubernamental, consideró que todo aquello era, en el fondo, cuestión de risa y que el mayor desprecio era no hacer aprecio.

Lo malo es que tres años después se siga, mentalmente, en el mismo sitio. Como si las decisiones de las grandes corporaciones no acabaran por tener un impacto en la vida de los ciudadanos y no mereciera la pena pelear por estar presente en las sesiones de teatro exclusivo para interferir en el guion del acuerdo en interés propio.

Cuanto más vistosas son dialectalmente las funciones que el Govern representa en la Sala Gran más pequeño es su ámbito de influencia. En realidad, se trata de una manera de hacer que da resultados contrarios al que se pretende. En esta legislatura, cuantas más veces ha pronunciado el ‘president’ la palabra independencia, más regional se ha tornado su gobierno.

Porque en la fusión de CaixaBank con Bankia, no es que nadie del Govern haya podido sentarse en la mesa de los mayores, es que no ha estado ni en la habitación de al lado, ni en la casa de al lado, ni en la calle de al lado, ni en el barrio de al lado. Simplemente no ha estado. Porque no le querían, sí, pero también porque ni le interesa, ni pelea, ni hace lo que debe para ser escuchado y estar.

¿Y qué podía decir un gobierno como el catalán en un escenario de fusiones alentado insistentemente por Bruselas y bendecido, en su concreción, por el Gobierno? Ahí es donde se demuestra que los diputados soberanistas en el Congreso pesan poco pudiendo pesar mucho o que la capacidad política del ejecutivo catalán es tendente a cero. Este era un buen momento para negociar, por ejemplo, la vuelta de la fundación bancaria e intentar asegurar, pese a desavenencias pasadas, el acento catalán del megabanco resultante.

¿Y qué? Pueden contestarnos desde el Govern. ¿Acaso no está llena la Sala Gran con las representaciones de teatro del relato que tan esforzadamente representamos? Y tienen razón. Sólo que vamos quedándonos sin capacidad de estrenos sistémicos y el responsable de que esto suceda no hay que buscarlo siempre lejos

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