ANÁLISIS

Anexión israelí de Cisjordania, un paso más hacia el abismo

El primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, durante su reunión con el representante de EEUU para Irán, Brian Hook.

El primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, durante su reunión con el representante de EEUU para Irán, Brian Hook. / periodico

Jesús A. Núñez Villaverde

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La anexión israelí del territorio palestino -y, por tanto, la violación del derecho internacional- no ha empezado el 1 de julio, sino hace décadas. Por eso lo que ahora decida finalmente Benyamin Netanyahu, anexionando por fases o de un solo golpe al menos el 30% restante de la abatida Cisjordania, no hay que entenderlo como un giro inesperado sino más bien como la caída del telón en una tragedia que ha permitido a Tel-Aviv imponer su dictado con una estrategia que, a base de contumacia propia y permisividad ajena, ha llegado a hacer pasar por normal lo que es aberrante.

Además de con sus propias fuerzas, ha contado para ello con la impotencia de una ONU marginal en este asunto, con una Unión Europea fragmentada hasta la inoperancia, con unos países árabes cada vez menos interesados en defender la causa palestina y más proclives a ver a Israel como socio e incluso como aliado (frente a Irán) y, por supuesto, con el sostenido aval estadounidense (Trump no es ninguna novedad). A todo eso Netanyahu añade su maestría en la puesta en escena, alimentando una tensión generalizada al apuntar al día 1 como el día D, consciente de que eso provocará un inmediato rechazo (limitado a palabras ya muy gastadas), para, a continuación, aparentar mesura (al no tomar ninguna decisión operativa durante esa jornada) y desactivar la posibilidad de que esas condenas formales se traduzcan en hechos. Así, enfriando los ánimos y cebando su imagen de único actor moderado entre extremistas, puede volver a la labor de zapa diaria que le permitirá avanzar en su objetivo final: el dominio total de la Palestina histórica, con el menor número posible de población no judía.

Impunidad sin parangón

Por eso ahora, cuando Netanyahu sabe que cuenta con una impunidad sin parangón en el escenario internacional y cuando, por un lado, sabe que su forzado compañero de coalición, Benny Gantz, no será capaz de provocar una crisis que aboque a nuevas elecciones por el temor a una debacle que convierta a su partido en residual, y, por otro, teme que Trump no sea finalmente elegido en noviembre, solo cabe esperar que acelere su plan de anexión. Una anexión que, a corto plazo, poco va a cambiar las pésimas condiciones de vida de los más de 2,8 millones de palestinos que malviven en sus 5.600 Km2. Una población que, al igual que la de Gaza, hace tiempo que no espera nada bueno de la potencia ocupante ni de una Autoridad Palestina completamente desprestigiada ni tampoco de los miembros de una Liga Árabe meramente decorativa o del resto de la comunidad internacional. Dicho de otro modo, saben que nadie se la va a jugar por ellos.

Visto así, si nada se ha hecho como mínimo desde el Plan de Partición (1947) cada vez que Israel ha quebrantado el derecho internacional y violado los derechos humanos- lo que no oculta que haya habido también violaciones desde el bando palestino-, resulta desgraciadamente irreal imaginar que ahora vaya a haber un verdadero "basta ya" que obligue a Israel a rectificar un rumbo que no lleva a la paz.