Análisis

Egoísmo, nueva normalidad y familias políticas

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Olga Ruiz

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No hay nueva normalidad que valga si previamente no hemos sido capaces de enterrar la antigua. Ser conscientes de que ya nada es igual que antes constituye el primer paso para aceptar los cambios, ser parte de ellos y entender cuál es el nuevo papel que nos toca representar. 

Nunca nuestra responsabilidad individual ha pesado tanto en un éxito colectivo y -a la vez- nunca de ese éxito colectivo ha dependido tanto nuestra libertad individual.

No hemos salido de casa para poder salir más, no hemos abrazado a nuestros padres o abuelos para poder abrazarlos durante muchos más años y hemos dejado de trabajar para mantener nuestro puesto de trabajo. En definitiva, hemos hecho todo lo que no nos gusta hacer para poder seguir haciendo lo que más nos gusta hacer. 

Sería bonito pensar que lo hemos hecho pensando solo en el bien colectivo pero no es así, actuar con responsabilidad nos ha beneficiado principalmente a nosotros y a los nuestros y por ende al resto. 

Solo hace falta preguntarles a nuestros sanitarios si seguimos siendo tan comprensivos, solidarios y empáticos con ellos y ellas como lo fuimos en las noches de aplausos y hermandad vecinal para darnos cuenta de que no hay pandemia que acabe con el egoísmo humano.

De ahí la necesidad de que un decreto ley como el que ha aprobado el Consejo de Ministros regule nuestra convivencia, establezca los márgenes y nos haga aceptar esta especie de limbo por el que transitaremos ingrávidos hasta que la investigación científica no nos ponga a salvo. 

Un partido político no difiere demasiado de una familia, con sus miserias y sus pequeñas alegrías.

Los apoyos recibidos por el Gobierno son un buen ejemplo: el PNV es quien más claro tiene el concepto y mejor lo aplica. Sin beneficio directo para sus intereses en el País Vasco no hay acuerdo posible. Ha sido así siempre y siempre les ha ido bien.

La vasca es aquella familia lejana que viene cuando le invitan y hay banquete. El PNV rechazaba la disposición adicional segunda del borrador que dejaba en manos del Gobierno central la posibilidad de recuperar el control absoluto en caso de un rebrote. La disposición ha desaparecido y el apoyo de los nacionalistas vascos se ha hecho explícito. Objetivo cumplido, vuelven a casa.

Mientras los nacionalistas vascos negociaban, ERC hacia aspavientos y amenazaba con medidas legales si el decreto no desistía de su voluntad recentralizadora. Ahora celebran el gesto del Gobierno, aunque no haya tenido nada que ver con sus advertencias. Son la rama de familia pesada, gritan, se enfadan, pero no se pierden un cumpleaños. 

Ciudadanos por su parte intenta recomponer su propia familia, sus ovejas negras se multiplican a golpe de dimisión y tuit. El partido de Arrimadas dice apoyar el decreto ley porque se han tenido en cuenta las “aportaciones técnicas” que hicieron llegar al Ejecutivo. El argumento es tan ambiguo que da lugar a libres interpretaciones. Lo único cierto es que les vuelven a invitar a  fiestas. Aunque ellos ya no celebren ninguna.

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