La desescalada
La madalena de los crespones negros
Aquí y allá se pilla el gesto de bajarse la mascarilla. No siempre se reprime. Desde luego por comodidad. Quizá también porque ese esbozo es la rémora de un dolor que quiere abandonarse
Mientras se supone que nos preparamos para una nueva normalidad, una anormalidad llena de normalidad parece pugnar para imponerse. Y el trabalenguas es definitorio del caos mental que tantos sostenemos sobre nuestros hombros. Llevamos semanas, meses, sumergidos en una situación onírica que transita entre el sueño y la pesadilla según las pérdidas personales. Pero llega la desescalada y la vida anterior insiste en abrirse paso. Los días se pueblan de gestos que adquieren el espíritu del tic, casi irrefrenables. Basta con salir a la calle y observar los encuentros. Aquí y allá se pilla el gesto de bajarse la mascarilla. No siempre se reprime. Desde luego por comodidad. Quizá también porque ese esbozo es la rémora de un dolor que quiere abandonarse. La madalena de Proust de los crespones negros.
Frente a los funestos augurios que tantos anuncian para el futuro, está el impulso de creer que todo volverá a ser como antes, con tantos deberes por hacer pero, al menos, no peor de lo que era. La anterior crisis económica nos sumergió en un líquido templado que, lentamente, se fue caldeando hasta convertirse en insoportable. La pandemia nos ha lanzado sin piedad en el caldo hirviendo. Y aún estamos en shock. Con la tentación de creer que todo queda en un paréntesis que puede dejarse atrás, con un signo de puntuación de abertura al que ya se le puede añadir el de cierre.
Vivimos en un umbral. Entre la esperanza y los negros augurios. Entre un cuerpo que insiste en no querer acostumbrarse a órdenes nuevas y unas estadísticas que amenazan nuestra salud. Y sale el sol, podemos tomar una caña y parece que todo ha pasado. Falsamente, parece que todo ha pasado. Pero, ¿podemos respirar si nos dejamos atrapar por la negatividad, si solo vivimos para el lamento o la crítica? La precaución es indispensable, pero también poner en cuarentena los pronósticos más agoreros. Quizá se cumplan, pero si cercenamos la esperanza, el optimismo, el ímpetu y el deseo de la resurrección no quedará ánimo para la carrera.
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