DESESCALADA CULTURAL

No lo compliquemos más

Este mes de instrucciones que parecen órdenes nos ha servido a los libreros para acabar aprendiendo a leer aquel idioma tan aséptico que gastan tanto el 'BOE' como el 'DOGC'

Un joven con mascarilla hojea un libro en una papelería-librería de Barcelona

Un joven con mascarilla hojea un libro en una papelería-librería de Barcelona / periodico

Isabel Sucunza

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Hace ya tres semanas que las librerías y el resto de las tiendas trabajamos con las condiciones cambiantes de aquello a lo que llaman "la desescalada del confinamiento"; con sus fases y medias fases caracterizadas cada una de ellas por sus medidas más o menos absurdas, más o menos lógicas. La sensación desde este lado del mostrador es eufemísticamente desconcertante, literalmente incomodísima y presupuestariamente una ruina, y aunque el objetivo "no morirnos todos de golpe" es fácil de entender y muy plausible en los términos del bien común, algunos de los métodos que nos proponen para conseguirlo no dejan de tener un qué de lucha contra gigantes invisibles y a saber si invencibles directamente.

Este mes de instrucciones que parecen órdenes, prohibiciones hechas pasar por consejos y requerimientos que convierten el acto de visitar una librería en una yincana nos ha servido a los libreros para acabar aprendiendo a leer aquel idioma tan aséptico que gastan tanto el 'BOE' como el 'DOGC'. Por ejemplo, ahora sabemos que cuando dicen "esta semana solo podréis abrir con cita previa", no quieren decir que quien no haya llamado antes para reservar turno se quedará en la puerta bajo la amenaza de ser multado, sino que conviene pactar con la gente en qué momento del día vendrá para asegurarnos de que aquí dentro no se juntarán más personas que las permitidas, cosa que también es relativa: el aforo también depende tanto de la superficie como del nombre de libreros de cada negocio.

No nos ha sido fácil aprender a interpretar este idioma por el simple motivo que entenderlo se nos ha hecho necesario en un momento en el que todos estábamos muy perdidos y bastante necesitados de alguien autorizado que nos dijera exactamente qué hacer. Por eso no se entiende que estos días aún haya medios que hagan noticia literal de cada directiva general que sale publicada (o incluso antes) en los boletines oficiales.

Barreras y más barreras

Esta semana ha empezado a circular la noticia de que las librerías, ahora, casi un mes después de volver a abrir, tendremos que cubrir las estanterías y las mesas con alguna barrera física que impida que el público pueda tocar los libros. Hablan de plásticos, metacrilatos… Barreras y más barreras. Una sencilla llamada al Gremi de Llibreters por parte de los periodistas que firman estas notas habría servido para no hacer que las cosas parezcan más complicadas de lo que ya son. Con esta normativa, que parece nueva pero no lo es, se insiste simplemente en garantizar que los libros no sean manipulados por más gente que la que ya los toca en su camino de la imprenta a la librería. No hará falta meterlos en peceras ni nada parecido siempre que alguien responsable del negocio esté atento y pueda avisar de que no se pueden tocar.

Una de las cosas más gratificantes de estos días es ver cómo quien nos visita sonríe cuando ve que todo aquí, en vivo, resulta mucho más sencillo a cómo se lo han pintado antes de venir; esto también es verdad.

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