Amenaza populista

El riesgo que viene

Se trata de prevenir, ahora que sí están a tiempo, que el próximo brote sea el populista, alimentado por la recesión y la inquietud

Santiago Abascal

Santiago Abascal / periodico

José Luis Sastre

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Una vez superado el pico de la epidemia y a menos que haya un rebrote -lo que en gran parte depende de nosotros mismos-, la crisis debería seguir las fases siguientes: desescalada, reconstrucción y lo que han llamado nueva normalidad, que algunos se han puesto a describir como en las novelas de Orwell. Ya veremos. Al decir reconstrucción quieren decir reconstrucción económica, que ha pronosticado el Banco de España que la caída puede ser de 13 puntos para la economía del país y el FMI -que habló de un descenso del 8% en el PIB- augura para este año un paro del 20%. Este martes, cuando se publique la encuesta de población activa, tendremos un primer termómetro real, más acertado que cualquier pronóstico. Quizá no sea afortunada la metáfora de la guerra para hablar de la pandemia, pero la palabra reconstrucción encaja para un mercado laboral que ya era débil por su precariedad y que afronta ahora la pérdida de miles de puestos de trabajo.

La nueva normalidad, cuando se vuelva tangible y deje de ser un eslógan, se producirá en medio de una crisis global que, además, se sumará a los efectos y las desigualdades que todavía perduran del colapso financiero de 2008. Los keynesianos conversos, con sus ardientes defensas del Estado y hasta del endeudamiento, regresarán entonces al liberalismo descarnado y algunos de ellos, en el momento de más paro y en que más a prueba se ponga la protección social, alentarán el debate sobre la eficacia de cada sistema.

Será un debate interesado y falaz, porque hemos aprendido que a la enfermedad se la combatía con prevención, medios y eficaces recursos sanitarios, no con más autoritarismo. Es mentira que la democracia combata peor al virus que las dictaduras, duras o blandas: la diferencia está en que las democracias obligan a los mandatarios a rendir cuentas y a atenerse a las reglas si suspenden derechos. 

La reconstrucción que imaginan los populistas consiste en avivar el viento que les impulsaba en el mundo anterior al coronavirus, con partidos ultras que fomentan la desconfianza en las instituciones. Esta puede ser su ocasión, cuando más evidentes sean las incertidumbres por el futuro. Y ese será el riesgo para una generación, producto de la combinación del miedo, la pobreza y la falta de expectativas. La mezcla es tan preocupante -no hace falta mencionar los precedentes en la historia- que alarma que los demás partidos la afronten con una crispación creciente.

El mundo de mañana requerirá, cuando se supere la epidemia, de la reconstrucción económica de la que ya tratan -aunque no se ven acuerdos ni perspectiva de que los haya-, pero también de la reconstrucción política a la que se refieren menos. No se trata solo de los consensos, que aparecen en cada declaración pública, porque no basta con quedarse ahí y decirle a la gente lo que la gente dice en las encuestas que quiere oír. Se trata de prevenir, ahora que sí están a tiempo, que el próximo brote sea el populista, alimentado por la recesión y la inquietud. Lo que está por guardar es la democracia misma.