Nuevos ritmos

La hora del patio

En la edad media, las campanas marcaban los ritmos de la ciudad. He vuelto a oír las de dos iglesias lejanas, mezcladas con ladridos de perros y cantos de pájaros

Unas vecinas se comunican de balcón a balcón, durante el confinamiento en Valencia, el 2 de abril.

Unas vecinas se comunican de balcón a balcón, durante el confinamiento en Valencia, el 2 de abril. / periodico

Mar Calpena

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Les escribo desde mi balcón. Es pequeño, apenas caben una mesita y dos sillas. Da al interior de una manzana de casas, aunque también se ve un pequeño trozo de calle ocupado por una residencia de ancianos. Llevo más de una década viviendo aquí, y quien más había aprovechado hasta ahora la terraza es mi gata. A diario tomo aquí mis cafés, si no hace demasiado sol o demasiado frío, y observo. Una pareja mayor tiene el patio más bonito: cobertizo, un pequeño estanque, plantas y una parra. Ella sale cada tarde a aplaudir. También salen a veces a la puerta los trabajadores de la residencia, y aplauden a su vez a gente a la que no ven, un eco de esperanza que no rompe ningún himno. Luego dos chavales que juegan al pimpón en una terraza cercana gesticulan divertidos como si el aplauso fuera por ellos.

Otro día ha salido una chica a tender en la azotea más cercana. La saludo y me devuelve el saludo. Trabaja en la residencia, dice que están asustados y sin material. El domingo esa azotea la usará una pareja para tomar el vermut y comer patatas fritas. Otros harán aerobic a media tarde. De vez en cuando mi vecina y yo hablamos de nuestros trabajos ruinosos, separadas por la pared del balcón, como en un confesionario.

Hay también un patio medio abandonado, siempre vacío. Me pregunto quién lo estará menospreciando, si será un piso turístico. En la calle tampoco hay nadie: como mucho el camión que vacía el contenedor del vidrio, o una furgoneta de reparto, o una moto. En 'El otoño de la Edad Media', el historiador Johan Huizinga hablaba de cómo las campanas marcaban en esa época los ritmos de la ciudad. He vuelto a oír las de dos iglesias lejanas, mezcladas con ladridos de perros y cantos de pájaros. Pocos niños, alguna montaña lejana que antes la contaminación tapaba. El libro de Huizinga tiene un comienzo en el que pienso mucho últimamente: “Cuando el mundo era medio millar de años más joven, los contornos de las cosas parecían mucho más claros que ahora”. En mi patio, los contornos de otra era que termina son también diáfanos.