RECORDANDO A UN FOTÓGRAFO ENTRAÑABLE

Miguel Moreno y la tragedia de Heysel

Jordi Cotrina, Miguel Moreno, Eduard Omedes y Joan Vilaprinyo.

Jordi Cotrina, Miguel Moreno, Eduard Omedes y Joan Vilaprinyo. / periodico

Emilio Pérez de Rozas

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Llegamos al hotel que no sabíamos dónde estábamos. Era ya, por supuesto, la madrugada del 30 de mayo de 1985 tras haber vivido, sin duda, la noche más amarga (no habría otra, ¡no podía haber otra!) de nuestras vidas profesionales.

Acabábamos de asistir, ver, oír, informar, contar y fotografiar la tragedia del estadio Heysel, de Bruselas, donde, en el enfrentamiento Liverpool-Juventus (0-1), final de la Copa de Europa, habían fallecido (entonces era imposible saberlo) 39 aficionados: 32 italianos, cuatro belgas, dos franceses y solo, sí, un británico.

Yo había tratado de narrar todo lo vivido a través de la conexión de TVE con la generosidad de José Ángel de la Casa y mi amigo del alma, Luis Gómez, me había ayudado, desde la redacción central de ‘El País’, en Madrid, a completar una primera edición en la que, fundamentalmente, trataba de describir el caos en el que se había vivido todo, desde los prolegómenos del partido hasta la tragedia y la caída del muro, avalancha incluida.

Pero, claro, al llegar al hotel, teníamos más datos, sabíamos más cosas y, ya de madrugada, describí, en una segunda crónica desde mi habitación, el desastre con más detalles, aunque se tardaría días en saber cómo se había producido aquella masacre fruto, sin duda, de la improvisación y descuido del ministro del Interior belga, Charles Ferdinand Nothomb, que acabaría provocando, lógicamente, la caída de todo el Gobierno belga de entonces.

El miedo en su rostro

Antes de subir a mi habitación a escribir, me tomé un café en una improvisada barra del hotel en compañía del gran, del inmenso, del simpático y gracioso Miguel Moreno, fotógrafo de la revista ‘Don Balón’, con quien había vivido las horas de angustia y tragedia en el estadio y sus alrededores, pues el primer hospital improvisado se montó en el parking de prensa.

“Miguel, subo a la habitación, escribo la segunda edición y, dentro de un rato, a las seis de la mañana, regresamos al estadio para hacer las fotos de todo aquel desastre, pues seguro que con la acreditación de la final, nos dejan pasar y podemos captar unas imágenes desoladoras”, le dije mientras apretaba el botón del ascensor. “Emilio, no cuentes conmigo. Yo ni tengo cuerpo, ni ganas, ni valor, de acompañarte. Ni hablar, nos vemos en el aeropuerto a las ocho de la mañana, que nuestro avión hacia Barcelona sale a las diez. Lo siento, en serio, yo no vuelvo a aquel cementerio ¡ni hablar!”

Yo sí fui y, en efecto, las imágenes eran dantescas, crueles y, sobre todo, desoladoras. Gradas destruidas, escombros, cascotes, decenas de zapatos por todas partes, camisetas rasgadas, bufandas, pancartas destrozadas…era el teatro de una guerra, de una batalla campal. Pero, sobre todo, y fue lo más denunciable, centenares de botellas de cerveza rotas cuando, curiosamente, se había prohibido (dijeron) vender alcohol en cinco kilómetros alrededor del estadio (¡mentira!) y, por supuesto, entrar con bebidas en el recinto.

Una larga trayectoria

Jamás olvidaré a Miguel. Jamás olvidaré su expresión. Jamás olvidaré su rostro desencajado de aquella madrugada. Ahora que nos ha dejado, Miguel, nacido en Granada, el 19 de enero de 1942, fue uno de esos compañeros que uno es incapaz de olvidar. No por su excelente trabajo, que, en su caso, estuvo vinculado a ‘Sport’, ‘Mundo Deportivo’, ‘Don Balón’ y a cuantos le pidieron ayuda y material, no, tampoco por su arte, curioso, a la hora de fotografiar a los futbolistas, ¡que lo adoraban!, especialmente los del ‘Dream Team’, para la colección de cromos ‘Panini’, será inolvidable por su gracia y gracejo, que, aunque parezcan lo mismo, no lo es, no.

La personalidad de Miguel Moreno era tal que tenía un imán especial para los futbolistas. Cuando la selección argentina llegó a Barcelona, en 1982, Diego Armando Maradona ordenó desviar la jardinera, en medio de la pista de El Prat, para saludar a nuestro amigo. Es más, Miguel desayunaba, casi cada día, en el Palau de Hielo del Camp Nou con Johan Cruyff y Hristo Stoichkov, que debe llevar horas y horas derramando lágrimas por Moreno. Y no solo eso, cuando el ‘Profeta del Gol’ y el goleador se peleaban, que era muy a menudo, Miguel ponía paz, después de hacer, durante algunos días, de mensajero entre uno y otro.

Amigos para siempre

Cada diez palabras decía un refrán, o un verso, o una rima o, sí, sí, un disparate. No solo lo adoraban los futbolistas, los demás fotógrafos le profesaban un cariño muy, muy, especial, porque todos ellos tenían la sensación (cierta, por supuesto), que lo que ellos tenían por bendición, por aprendizaje, por padre fotógrafo o por escuela, él, Miguel, lo había adquirido a base de horas, de esfuerzo, de ver y copiar a los demás pero, sobre todo, gracias a su doble pasión: amaba al fútbol, perdón, a los futbolistas y la fotografía.

Y, solo un último detalle, que también, sí, también estaba grabado en aquel rostro miedoso, asustado, aún colapsado de aquella madrugada del 30 de mayo de 1985: Miguel sabía más del Barça, de sus jugadores, de sus entrenadores, del vestuario, de las catacumbas del Camp Nou que La Moreneta que hay en la capilla del pasillo que conduce al césped.

Miguel lo sabía todo de todos porque, lo que no veía y oía por su cuenta (siempre estaba ahí, siempre estaba con ellos), se lo contaban como amigo, padre (lo fue del ‘Lobo’ Carrasco en sus inicios cuando, incluso, lo hospedó en su casa), tío, colega o fotógrafo de confianza. Y Miguel jamás, jamás, jamás, contó nada. Ni siquiera en esos corrillos, como el de la imagen que ilustra este recuerdo junto a Jordi CotrinaEduard Omedes y Joan Vilaprinyó, que se producían, sobre el mismo césped, minutos antes de que empezase el partido.