El poder de la correspondencia

Una tabla para Virginia Woolf

Estos días de encierro nos escondemos y nos consolamos en los mensajes que nos mandamos entre los amigos.

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María Tena

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El primer día que estuve sola en casa me acordé de Virginia Woolf y de cómo le gustaban las cartas. Una escritora excepcional que todas las mañanas, cuando estaba en Monk’s House, se sentaba al aire libre y escribía sobre una tabla. Su obsesión eran las cartas y estar siempre comunicada con sus amigos. Así se expresa por carta a su amiga Ethel Smyth, en 1930: “Mañana recibiré una carta de Ethel, me vestiré despacio, me entretendré charlando, […] oleré una rosa roja, cruzaré deprisa el césped (me muevo como si llevase una cesta de huevos en la cabeza), encenderé un cigarrillo, me pondré la tabla de escribir sobre las rodillas y me dejaré caer, como un buzo, con mucho cuidado, hasta la última frase que escribí ayer. Quizá entonces, cuando hayan pasado veinte minutos, o puede que más, veré una luz en las profundidades del mar y me acercaré furtivamente… porque nuestras frases son solo aproximaciones, una red que se lanza sobre una perla marina que puede desvanecerse y que, si se saca a la superficie, no se parecerá en nada a la que era cuando la vi debajo del mar”.    

Dado el número de cartas que escribió, seis grandes tomos, está claro que le gustaba escribirlas y que formaban parte de su discurso literario y tenían el ritmo de sus pensamientos. El que en esa misma época trasladaba a sus novelas. Como dijo Susan Sellers “los diarios y las cartas ofrecen algo más que un vistazo en lo que se refiere a la visión que tenía Woolf de la escritura y de su vida personal.”, ya que “contienen muchos de los elementos que normalmente buscamos en las obras de arte […] narrativa, drama, incluso poesía […] descripciones evocadoras e ingeniosas, escritas magistralmente […] caracterización de personajes, humor, metáforas y juegos semánticos”.

Estos días de encierro nos escondemos y nos consolamos en los mensajes que nos mandamos entre los amigos. Desde Uruguay me dice una amiga que está conmigo, que ánimo. Otro, que no consigue salir del aeropuerto de Sri Lanka, y mientras tanto me manda una caricatura en la que se le ve enjaulado, y en las redes sociales rastreamos los chistes más ingeniosos para eludir el agobio de este estrecho armario en el que estamos obligados a refugiarnos. 

Muchos lectores no tienen ni idea de la cara que tenían Joyce, Proust o Gertrude Stein y, en cambio, recuerdan el rostro de Virginia. Su carácter vanguardista, su personalidad, su ironía, demasiadas veces pasada por alto, y su alegría. Fue una devota escritora de diarios y cartas, que arrojan luz sobre su personalidad y su poética. Menos introspectivas que los diarios, las cartas tienen el mérito inestimable de mostrar cómo se presentaba la autora, cómo quería que la percibieran, entendieran y recordaran. A pesar de su frágil sensibilidad, tuvo la fortaleza de expresar abiertamente sus opiniones y de oponerse con firmeza a la cultura de su tiempo y a la tradición literaria que la precedía. Fue una escritora valiente, capaz de fundar su propia editorial independiente, con su marido. 

A Vita Sackville-West le escribió: “¿Qué puede gustarme más en la vida que escribir cartas a diario, cartas largas, escritas desde lo alto de la torre rosada rodeada de cisnes?”. “La muerte será muy aburrida: en la tumba no existen las cartas”, llegó a decir en su diario.

Hoy mismo nos proponen que escribamos cartas a los enfermos recluidos en los hospitales. Una gran idea para sentirse acompañados. Una idea que a Virginia Woolf le habría encantado.

P.S: Más sobre esta pasión en: 'Sobre la escritura Virginia Woolf', del profesor Federico Sabatini, publicado por Alba editorial.