El futuro y el pasado
Aprender a gestionar el riesgo y la incertidumbre
Somos incapaces de asumir que lo imprevisto es un componente esencial de nuestras vidas
Mariano Marzo
Catedrático emérito de la Universitat de Barcelona (Facultat de Ciències de la Terra).
Mariano Marzo
En pleno confinamiento por el covid-19, repasaba una charla TED de Bill Gates, fechada en marzo de 2015<strong> (The next outbreak? We’re not ready)</strong> en la que tras reflexionar sobre la experiencia vivida con el virus del Ébola y las enseñanzas recibidas, concluía que no estábamos preparados para hacer frente a la próxima epidemia. Desgraciadamente, cinco años después, la pandemia del coronavirus ha venido a demostrar lo acertado de su advertencia. Estamos ante la constatación de un fracaso colectivo frente a un acontecimiento cuyo riesgo de materialización era conocido, aunque no se pudiera predecir la fecha.
Algunos estudiosos clasifican los principales riesgos que debe enfrentar la humanidad en: 1) riesgos catastróficos conocidos, cuya probabilidad puede ser calculada en base a estimaciones de su tiempo de recurrencia; 2) riesgos catastróficos plausibles, que nunca han tenido lugar y cuya probabilidad resulta casi imposible de cuantificar; y 3) riesgos extremadamente especulativos, que pueden materializarse o no (y que algunos catalogan como de ciencia ficción). Está claro que la pandemia del covid-19 se inscribe en la primera de estas categorías, junto a grandes guerras y diversas catástrofes naturales (colisión de la Tierra con objetos cósmicos, grandes terremotos, megaerupciones volcánicas, etc).
¿Por qué nos cuesta tanto aprender las lecciones de algunos eventos imprevistos del pasado para intentar prevenirlos en el futuro? Quizás, entre otras razones, por nuestra incapacidad de asumir que la incertidumbre constituye una componente esencial de nuestra existencia. Una carencia que nos impulsa a creer que el futuro solo puede ser una simple prolongación de las tendencias que configuran nuestro presente, positivas o negativas, pero con un desenlace más o menos previsible.
Soy de los que creen que los ejercicios de prospectiva a muy largo plazo resultan más provechosos si también se sabe mirar hacia atrás, al pasado lejano. Obviamente, tales miradas retrospectivas no permiten aportar datos cuantitativos concretos de cara al futuro (como, por ejemplo, la fecha de materialización y sus consecuencias), pero proporcionan una lección fundamental: la historia avanza tanto por el desarrollo gradual de tendencias perdurables en el tiempo, como a saltos, es decir mediante repentinas y bruscas interrupciones de las trayectorias tendenciales previstas.
El papel predominante que nuestra sociedad otorga a los procesos de cambio graduales queda reflejado en el hecho de que muchos de los ejercicios de prospectiva a largo plazo (como modelizaciones y elaboración de escenarios) suelen enmarcarse en una dinámica gradualista, basada en gran medida en el seguimiento de una serie de tendencias críticas. Sin embargo, más a menudo de lo que sería deseable, estas prospectivas se ven alteradas por sucesos imprevistos cuyas consecuencias podrían alterar el destino colectivo de la humanidad.
Los principales factores que moldearán el futuro global pueden clasificarse en dos grandes grupos: por una parte, cabe considerar los acontecimientos de baja probabilidad, pero de gran impacto (los denominados 'black swans' o cisnes negros) que pueden cambiarlo todo en un corto lapso de tiempo y, por otra, las tendencias que se manifiestan de manera gradual y que también pueden tener un gran impacto, aunque a más largo plazo. Los análisis y estudios de ambos factores nos recuerdan la necesidad de prestar atención tanto a las consecuencias de acontecimientos catastróficos impredecibles (o poco predecibles) como a aquellas tendencias preocupantes a largo plazo, pero cuyos efectos y resultados son ya, en la actualidad, claramente discernibles.
Una mejor comprensión y una mayor concienciación sobre la incidencia de ambos tipos de fenómenos pueden ayudar a rebajar el impacto de eventos impredecibles, e incluso a prever algunos cuya materialización debía de haber sido anticipada, aunque su fecha de ocurrencia no podía ser precisada (como en el caso del covid-19). También pueden mejorar la efectividad de nuestros esfuerzos para moderar o revertir tendencias negativas, cuando estas todavía se encuentran en una fase en la que los cambios que necesariamente deben ser introducidos resultan tolerables y los sacrificios derivados razonables, y siempre antes de que dichas tendencias provoquen colapsos económicos, tensiones sociales prolongadas, conflictos violentos generalizados o una alteración del medio ambiente global a una escala sin parangón en la historia de nuestra especie.
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