IDEAS
'Sexo en Nueva York', hoy
Cuatro mujeres inteligentes e independientes que se expresan sin filtro y sin miedo son hoy, tal y como lo fue hace 20 años, demasiado para algunos
Mónica Vázquez
Periodista y músico
Mónica Vázquez
Decimos que algo es icónico cuando representa una idea con tanta precisión y estilo que prácticamente toma el lugar de honor de su definición técnica. Nos seduce y nos atrapa en una espiral de significado que nos lleva más allá del mensaje que estábamos intentando conjurar. Un icono solidifica la realidad a su alrededor, redefiniendo el concepto que nos ha llevado hasta él, regalándonos un momento de identificación personal, un suvenir de nuestro propio pensamiento crítico. Un icono nos brinda una extraña complicidad intelectual, un reconocimiento etéreo que sazona el discurrir de nuestro monólogo interno. Por eso mismo hay una infinita cantidad de iconos que responden a una infinidad de historias que pululan por nuestras mentes.
Pero hay iconos universales, que perduran en el tiempo y, aunque no encajen en el puzle de nuestra realidad personal, reconocemos como pilares de significado para el conjunto de la sociedad. Uno de esos iconos es, sin duda, 'Sexo en Nueva York'; una serie que sacudió el mundo de la televisión cuando se estrenó, hace ya más de veinte años, ganándose calificativos como "irreverente", "provocadora" y, desgraciadamente, "vulgar". Una serie que desafió a la sociedad de finales de los 90 y principios de los 2000 al hablar de éxito profesional y vital, amor, sexo y amistad desde un punto de vista femenino. Escandalizando a muchos y ofendiendo a demasiados, 'Sexo en Nueva York' abrió en la ficción puertas por las que la sociedad aún hoy, veinte años después, sigue intentando cruzar. Porque cuatro mujeres inteligentes e independientes que se expresan sin filtro y sin miedo es hoy, tal y como lo fue ayer, demasiado para algunos.
'Sexo en Nueva York' es, eso sí, la narración de una élite que nos es lejana y ajena. Como 'influencers' de Instagram: incluso sus desgracias son puro glamur. Romantizamos su realidad y nos dejamos llevar por el carisma del icono, abrazando la ilusión de lo que nunca viviremos, haciéndolo nuestro al sentirlo propio. Diciendo cosas como que yo soy, claramente, una Carrie queriendo ser una Miranda, sin ser yo nada de eso.
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