La hoguera

Los refugiados nos dan igual

Podemos admitir que aquel niño muerto, Aylan, nos importaba tres cojones, y que todos nuestros poemitas y dibujos y memes y tuits y artículos y declaraciones públicas no eran más que sentimentalismo barato

Refugiados e inmigrantes se dirigen a la frontera turco-griega para intentar acceder a Europa, en Edirne (Turquía), este domingo

Refugiados e inmigrantes se dirigen a la frontera turco-griega para intentar acceder a Europa, en Edirne (Turquía), este domingo / periodico

Juan Soto Ivars

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En el futuro hay unos ojos flameantes, como el de Sauron, que nos están mirando. En el futuro se están haciendo ya muchas preguntas. Igual que hoy clavamos la vista en 1933 y nos preguntamos qué demonios les pasaba a los alemanes que permitieron que los judíos fueran exterminados, clavarán en nosotros la vista y se preguntarán cómo diablos hemos permitido que los refugiados se aplasten hasta la asfixia en la presión entre Turquía y la Unión Europea.

La situación humanitaria en las fronteras es atroz, y no solo en los picos informativos. Los campamentos turcos han sido todos estos años una de las alfombras colosales bajo las que la Unión Europea -nosotros- ha escondido aquello que considera basura. Como cuando contratamos a un país africano para que nos haga de vertedero de residuos tóxicos, pero con personas que de otro modo llamarían a nuestro timbre. Basura.

Admitamos, al menos, que los consideramos basura. Quizá es un buen momento para eso. Quizá es lo único que podemos hacer: ofrecer respuestas a los historiadores del futuro. Por ejemplo, podemos admitir que aquel niño muerto, Aylan, que apareció boca abajo en una playa, nos importaba tres cojones, y que todos nuestros poemitas y dibujos y memes y tuits y artículos y declaraciones públicas no eran más que sentimentalismo barato. Apunta esto, futuro: todo cuanto dijimos entonces era una 'fake news'.

Quizá es un buen momento para admitir también en voz alta que, mientras nos pasamos el día valorando nuestros sentimientos ante una palabra que nos suena ofensiva, en realidad no somos capaces de sentir porque estamos inmunizados ante el sufrimiento ajeno. Que reaccionamos a una foto o a un chiste con lagrimitas que nos hacen quedar muy guapos en Instagram, pero que nuestra epidermis moral es de rinoceronte.

Admitamos pues que no nos importan, que no los consideramos gente, que no queremos asumir ninguna responsabilidad. Así habremos hecho algo por el futuro. Dejemos escrita la solución al enigma. Somos indiferentes, digamos lo que digamos.