ANÁLISIS AZULGRANA

Vale, sí, la pifió, pero ¿y si Sarabia tenía razón?

Quique Setién, a la izquierda, escucha atento el comentario de su ayudante Eder Sarabia.

Quique Setién, a la izquierda, escucha atento el comentario de su ayudante Eder Sarabia. / periodico

Emilio Pérez de Rozas

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Me llama desde Nueva York mi amigo del alma Clemson Smith Muñiz, enorme periodista y comentarista televisivo, en habla hispana (como dicen allí), de los Knicks de Nueva York. Quiere saber del lio del ayudante del técnico del Barça, de ese video (le digo que es un ‘karaoke’, porque son imágenes subtituladas) en el que grita y grita.

Le digo que papá solía decirme que lo que no quieras que te hagan a ti, no se lo hagas tú a nadie, pero le cuento que aquí todo el mundo defiende que, al ser un lugar público y un personaje público, Eder Sarabia sabía a lo que se exponía, máxime después de fichar por el Barça.

Le cuento que el problema del video no lo tiene el Barça como institución, aunque hayan puesto el grito en el cielo al interpretar que, desde Madrid, quieren desestabilizarlos para que Florentino Pérez gane, por fin, la Liga. El problema lo tiene Sarabia por no comportarse y no saber dónde está. Y lo tiene Sarabia, también, porque los jugadores (esos nunca perdonan) ya no se van a olvidar de esas escenas.

¿Qué hay detrás de esos gritos?

Pero le cuento a Clemson que el mayor problema, a mi entender, es que Sarabia tenga razón, cosa que, en esta estridente historia, nadie se plantea. Es decir, que el cabreo del ayudante esté más que justificado porque los chicos, semidioses, siguen haciendo lo que quieren, cómo quieren y cuando quieren. Y, por tanto, esos gritos, no son solo de desesperación, también son de incomprensión, indignación y, sobre todo, impotencia. E, incluso, demuestran cierta incapacidad para convencer a los jugadores de lo que tienen que hacer.

Sorprenden que a estas alturas de la película, un entrenador no pueda meter presión a sus jugadores porque éstos se consideren intocables. Ese es uno de los dramas del actual Barça. Sin presión y tensión, sin exigencia, no hay intensidad. Y eso es lo que le faltó al Barça (incluso cuando dominó los primeros 60 minutos en el Bernabéu) para derrotar al Real Madrid y meterse otra Liga en el bolsillo.

Protegiendo su imagen

El Real Madrid se cenó al Barça por intensidad, solo por intensidad. Y si quien reclama esa intensidad (cierto, sí, es verdad, de mala manera, con gestos impropios, con gritos de ultra, en sitio inapropiado y representando al ‘mes que un club’) es criticado por las formas, pero todos se niegan a reflexionar sobre el fondo (no de sus palabras ni gestos, sino por la escenificación de su impotencia: de que los jugadores no hicieran lo que debían, lo que había preparado, lo que sabían), entonces estamos apuntándonos a la complacencia y a seguir presenciando el deterioro de un equipo que ha decidido (recuerden que han prohibido este tipo de imágenes y las del interior del vestuario en la segunda parte de ‘Matchday’) ocultar sus vergüenzas a partir de su inmenso poder.

Clemson, créanme, alucinó. “Emilio, aquí hay jugadores de béisbol y de fútbol americano que juegan con un micró incorporado. Aquí se graba y se oye todo. Aquí, si quieres, puedes grabar a la policía cuando detienen a tu vecino (o a ti). Bienvenidos a la retransmisión de la vida, en vivo, en directo o en video”.