IDEAS
René: cuelga tú
Elogio de la canción autobiográfica estrenada por el cantante Residente, de Calle 13
Pensamos que la vida se parece al Camino de Santiago, con una meta que es un objetivo y cada etapa bien señalizada, pero funciona más bien como la cadena de enlaces de Youtube que quizá empezó clicando en tu canción adolescente favorita, pero que en unos cuantos pasos te ha llevado sin saber cómo a escuchar una horrible versión andina y 'chillout' de 'Hotel California' con la batería del ordenador a punto de agotarse.
La pregunta es, entonces, la misma que se hace aquel novio del cuento de Chéjov, que, camino del altar y ante toda la Iglesia con congelada sonrisa de boda, grita abruptamente: “¿Qué he hecho? ¿Qué demonios hago aquí?”.
René Pérez Joglar, la estrella de la música que también responde por Residente, tuvo su momento “qué hago aquí”, cuando llamó a su mamá porque antes de un concierto, con el estadio lleno aguardando y él rematadamente vacío, tenía ganas de tirarse por la ventana deese hotel mexicano y no sabía por qué. De aquel instante surgió 'René', el tema que acaba de estrenar y que repasa su vida: luces que se apagan en el campo de pelota, amigos asesinados, polémicas políticas, adicciones y euforias y rimas y decisiones hasta esa noche de hotel.
Escogemos muy a menudo por impulsos e intuiciones, porque si algo hace bien este sistema es no dejarte mucho tiempo para elegir. Esto es cable rojo-cable azul, el contador en cuenta atrás, y no cuatro avisos hasta la siguiente salida de la autopista. Y es curioso cómo a menudo sólo reseteamos para hacer balance de cómo hemos llegado hasta aquí en un CV y a petición de Recursos Humanos. ¿Por qué no con una canción?
Esta canción empieza con la voz de su mamá chivándole untruco mnemotécnico para recordar cómo jugaban los indios taínos a pelota: “Cabeza, rodillas, muslos y caderas”. Las tablas de multiplicar huelen, en mi caso y en mi casa, a Cristasol (en la etiqueta: “¡El olor y el brillo de toda la vida!”), el paño húmedo limpiándome esa cara del espejo del recibidor, y las comarcas de Catalunya, a melodía tarareada de suavizante y pastilla Latoja, porque ahí las aprendía (más bien, las aprendíamos) doblando las sábanas con mi madre. Esas cosas son lo que no se olvida y cuando quiere buscarse, viajar a la raíz, el puertorriqueño recurre a la melodía materna de los indios taínos como el escritor dominicano Junot Díaz hablaba de la maldición fukú.
Y en el resto de este himno confesional, pompas de chicle en canchas y ritmos afrocaribeños en tocadiscos asediados por flores y velas, René, o Residente, repasa cada capítulo de su biografía y estamos allí y lo hemos vivido aunque fuera en otro sitio y de otro modo. “Las esquinas son, iguales en to’s los laos”, cantaba el salsero Ismael Miranda. Y, pese a estar ante un artista millonario, nos emocionamos, porque Residente canta para nosotros pero podría no hacerlo, porque asumir que hacerlo es su obligación nos convertiría en ese imbécil que reclama la cuenta con un, crack, garabato en el aire y, míster, pide que le cambien el cuchillo o que suban el aire y, pirámide, luego lo bajen y dice que al fin y al cabo ese es el trabajo del camarero, jefe.
Residente ha firmado su versión de 'El cantante', de Lavoe: “Y nadie pregunta / si sufro o si lloro / si tengo una pena / que hiere muy hondo”, y también de 'Se fuerza la máquina', del Gato Pérez: “Así se gasta adrenalina / y se bebe mucho alcohol / para afinar las emociones y acordarse del dolor / Se fuerza la máquina, de noche y de día / y el cantante con los músicos se juegan la vida”. Pero lo ha hecho en la era de la confesión de Hannah Gadsby y de la exposición, frontal y primerísimo primer plano, de la debilidad. Limpiaba la casa con su hermano escuchando a Rubén Blades y aún se escucha “Se ven las caras, pero nunca el corazón”. Ahora sí.
Llegado el momento René recita un número y se imagina llamando a su casa de infancia, donde “las ventanas eran de sol” y cuando lo “despertaba el calor”. Todos hemos pensado en hacerlo: hablar con ese ser enano para el que cualquier deseo era hipotético pero también posible. Marcar el número, cinco largos tonos, escuchar a nuestro yo infantil decir ¡hola! (en mi caso, muy formal, dígame), pensar en decir que “no pasa nada” o que “pasará bastante pero todo irá bien” y entonces, justo antes de hacerlo, colgar.
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