ANÁLISIS
Perder cuando Setién se aproxima a Setién
Albert Guasch
Periodista
Albert Guasch
En la ida del Camp Nou, en aquel partido cubierto por un manto político que tapó hasta el fútbol –unos balones amarillos arrojados al campo desde la grada y un insípido 0-0 de recuerdo– Ernesto Valverde empezó a oler a fiambre. El relato oficial apunta a que aquel día la cúpula deportiva azulgrana, a la vista del juego inocuo ante el Madrid, empezó a barruntar el torpe relevo que benefició a Quique Setién.
El cántabro llegó perfumado de esencias cruyffistas. Y de su boca salió desde el primer día un discurso que rima con la aureola por la que se le contrató. En cambio, casi nunca se correspondió con lo visto en el campo. Riqui Puig ha desaparecido del panorama. Ansu Fati se ha visto dosificado. Arturo Vidal se ha amarrado al once titular. Y Arthur ha debido batirse en duelo con Rakitic por un puesto. Como si Valverde le soplara las alineaciones y las puestas en escena por el móvil antes de cada encuentro.
Le faltaba desmelenarse un poco, ser fiel a sí mismo, a sus palabras. Y ayer, de algún modo, Setién se aproximó a Setién. Dentro de las cacareadas limitaciones de la plantilla, el técnico encontró un molde digerible que logró agarrarse al Bernabéu en su estreno en un Clásico. Se apropió su equipo del partido, hizo bien muchas cosas, con un fútbol coral y a ratos arrollador. Lamentará el entrenador que le faltase puntería y luego continuidad. La primera parte se hizo corta; la segunda, demasiado larga.
Mala media hora
El equipo se desinfló a medida que avanzó el partido, como si corriera sobre neumáticos con un diminuto pinchazo. Empezó firme y acabó plano, sin adherencia, superado por un Madrid que durante muchos minutos actuó empequeñecido, semejante al Nápoles de Gattuso, entregado a los fogonazos al galope, casi siempre portados por el eléctrico Vinicius, el héroe inesperado, el futbolista que siempre descarrila en la última curva y que ayer, ayudado por Piqué, se le hizo la luz por una vez.
La última media hora el Barça se saboteó a sí mismo. Arruinó la resurrección de Griezmann, presente en el partido en la primera parte. También la de De Jong, desentumecido al fin por un rato. Arthur aportó una clara diferencia en el orden del juego. Setién, en definitiva, dejó en Nápoles el toque horizontal e insustancial. Pero no fue suficiente. El día que el equipo recuperó sensaciones anheladas, perdió lo que hasta ahora atesoraba, el resultado. La inconsistencia debería preocupar al equipo técnico azulgrana.
Quizá todo se resume y concreta en Leo Messi. Más allá de estrategias, de alineaciones y de estados de forma individuales, si el rosarino no acierta, no encuentra la recta en el punto de mira, no hay nada que hacer. No hay alternativa al argentino. A Messi ayer le explotaron los petardos en la mano. Marcelo incluso le ganó una carrera con la mecha encendida que celebró como si hubiera marcado un gol olímpico.
Queda Liga pero ahora falta ver si en adelante se verá el Barça de la primera o la segunda parte. La temporada depende de cómo se resuelva esa incógnita.
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