La clave

Una ley platónica

Alberto Garzón

Alberto Garzón / periodico

Albert Sáez

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Platón consideraba que el progreso siempre trae consigo la corrupción de las ideas y de los individuos. Por eso, buscaba políticos capaces de corregir esas desviaciones. Popper demostró que Marx bebió, a escondidas, del historicismo de Platón. Por ello considera que ambos son los grandes enemigos de la sociedad abierta, al intentar imponer la historia y su destino a la voluntad de los individuos. Popper no era un ultraliberal, simplemente pedía reglas claras y regidas por principios democráticos. Por ello le admiran desde el liberalismo social y desde la socialdemocracia liberal. Popper es una idea de Europa, cada día más en regresión.

El ministro de Consumo, Alberto Garzón, quiere regular las apuestas deportivas. Como en tantas otras cosas, la red digital ha multiplicado la oferta, incrementado la competencia y ha disparado la publicidad. Nos enteramos por la tramitación de esta ley que hay empresas de apuestas que dan regalos de “bienvenida” a los jugadores que han de dirimir los resultados. Y que la mayoría de clubes tienen a estas empresas como patrocinadoras. No aparece lo obvio: la principal empresa de juego de España es pública, vamos que la administra el gobierno del señor Garzón.

Gente muy sencilla y de pocos recursos, se agarra al clavo ardiendo del juego para salir de un mal bache y cae en la miseria. Eso debe impedirse. Hay que protegerlos de la corrupción de las apuestas. Para hacerlo, el ministro Garzón considera que hay que prohibir/limitar la publicidad del juego en los medios de comunicación. Un par de preguntas: ¿no sería más eficaz prohibir las apuestas si ese es el propósito? Cuándo estas empresas monten chiringuitos digitales para posicionar sus marcas pagando a Google Adwords y sigan captando clientes que se arruinan, ¿qué hará el ministerio ante una nueva actividad desterritorializada? Lo intuyo: un reglamento contra las fake news. Para entonces, el periodismo estará un poco más débil. No porque no pueda prescindir de esos ingresos sino porque sus competidores serán aún más fuertes. Lo más barato del mundo para los gobiernos austeros es hacer leyes. Aunque sean platónicas, tan del gusto de Marx.