Reforma del Código Penal

Hablar de Franco, aunque sea bien

Se insiste en olvidar una Transición que precisamente se basó en el olvido juicioso, en la renuncia a imponer la tradición propia en favor de la creación de una historia colectiva

Nietos y bisnietos de Franco introducen sus restos en un coche fúnebre tras sacarlos de la basílica del Valle de los Caídos, el pasado 24 de octubre.

Nietos y bisnietos de Franco introducen sus restos en un coche fúnebre tras sacarlos de la basílica del Valle de los Caídos, el pasado 24 de octubre. / JUAN CARLOS HIDALGO (EFE)

Matías Vallés

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Franco merece todas las condenas que reciba pero, si solo puede recibir condenas, ¿qué sentido tienen? El mismo significado que las alabanzas dirigidas a instituciones que nadie se atreve a criticar, por ley o por dinero. Dentro de sus revoluciones de bajo coste, el Gobierno propone la reforma del Código Penal contra el enaltecimiento del franquismo, lo cual impulsará a convocar concursos del insulto más pinturero al 'Generalitísimo'. Y la condena deberá contemplar la excepción del inolvidable Carrero Blanco. El almirante víctima de ETA es ahora un santo varón, con tres años de cárcel de la Audiencia Nacional a quien lo dude, mientras que su inmediato superior ejerce de canalla obligatorio. 

Ni siquiera Nietzsche cumplió con su propósito de demoler todo lo humano. Un cerebro cartesiano tendría alguna dificultad con la criminalización del antepenúltimo Jefe de Estado fallecido en la cama con honores, para condenar asimismo a quien injurie a la actual Jefatura dinástica, nombrada a dedo por el inmundo tirano. ¿El nuevo Código Penal perseguirá a quien escriba que “Franco mostró una lucidez notable al elegir personalmente a su sucesor”? Por no hablar de Adolfo Suárez y Fraga, de dilatada trayectoria franquista. John Stuart Mill defiende en 'On liberty' la crítica sistemática incluso de las verdades irrenunciables, para fortalecerlas. Entre ellas figura el antifranquismo. Parafraseando al franquista Cela, lo importante es que hablen de Franco aunque sea bien, para mantener engrasada la próspera industria de la memoria.

Se insiste en olvidar una Transición que precisamente se basó en el olvido juicioso, en la renuncia a imponer la tradición propia en favor de la creación de una historia colectiva. No, no es de Vox, el anarcojudío Noam Chomsky defiende el derecho a negar el Holocausto y también aquí tiene razón. En la actual atmósfera inquisitorial, el objetivo final consiste en encarcelar a cualquiera que tenga una opinión. Y no sirve de excusa que la mayoría de opinadores lo merezcan.