Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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La isla de las tentaciones y la resaca de San Valentín

Lo verdaderamente revolucionario sería regalar tiempo a la gente a la que amamos.

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Esta semana ha acabado el 'reality' 'La isla de las tentaciones', que ha alcanzado unas cuotas de audiencia estratosféricas. En él, a unos chicos se les pagaba para «tentar» a unas chicas y conseguir tener sexo con ellas, grabado, para que lo vieran casi tres millones de personas. Hoy, esos chicos son estrellas televisivas.

Pero, paradójicamente, si una chica va a un hotel para mantener relaciones sexuales con un ejecutivo a cambio de dinero, la llamamos prostituta.

Como bien reconoce Diana Aller, guionista, el 'reality' está guionizado, tiene una narrativa. Evidentemente, si a Fani o a Andrea les ha visto toda España teniendo sexo es porque han dado su consentimiento para que se muestren las imágenes. Si no, la multa para la cadena habría sido mayúscula. Y ¿quién le pone cuernos a su pareja sabiendo que se puede enterar media España? La mujer que cree que lo rentabilizará: que luego hará entrevistas para revistas y platós, y bolos en discotecas, engrosando significativamente sus ingresos.

En un formato diferente de televisión, la historia trata de una pareja que tiene dos hijos, uno de ellos con autismo. El padre es un marido cariñoso y trabajador, pero volcado en su trabajo. La madre es la que se entrega al hijo que la necesita. Apenas sale. El día que lo hace, le pide al camarero algo que le ayude a «escapar de su vida». Él le ofrece, primero, un cóctel. Después, su teléfono. Por último, sexo y afecto.

En el primer caso, los cuerpos, el sexo y el amor son servicios y mercancías en un mercado. Se compran, se venden. Se utilizan como moneda de cambio para acceder a algo mejor.

En el segundo caso, la relación con el camarero salta cuando la hija menor lo descubre y traiciona a la madre al contarlo. En ningún momento pasa por la cabeza de nadie la idea del divorcio. Hay un compromiso, una infraestructura de lealtades, una familia con cuatro integrantes que se necesitan entre ellos, en una red de interdependencia… Hay sentimientos heridos, celos, rencores… Pero la infidelidad saca a la luz que la madre se encontraba superada, sola. Que la hermana se consideraba desplazada por un hermano que requería tanta atención. Que el padre se sentía un inútil, incapaz de relacionarse con su propio hijo, que no es el 'niño dorado' (una extensión de sí mismo) con la que él había fantaseado.

En 'La isla de las tentaciones' no se habla de amor sino de capitalismo: de amoríos que se dejan en cuanto ya están usados, de relaciones de 'zapping' y de cuerpos 'kleenex'. ¿Fani se aburre? Lo soluciona con sexo ¿Le importa algo humillar a su novio en directo? No. ¿Su novio era un actor? ¿Finge? ¿Por qué muestran su intimidad a tres millones de desconocidos? Nunca lo sabremos.

'Atypical' (melosa y cursi como es) habla de amor, de cómo nadie es perfecto, de cómo casi nadie cumple con las expectativas que habíamos depositado en ellos…  Habla de la vida real, del día a día, de la necesidad de apoyarse unos a otros en los momentos difíciles, de saber dialogar, de saber perdonar, de saber entender a los demás. Y de cómo el verdadero amor va mucho más allá del sexo, de los 'resorts' vacacionales, de los cuerpos estupendos y de los filtros de Instagram.

Este artículo lo leerá usted desde la resaca de San Valentín, un día en el que para demostrar amor hay que salir a cenar y comprar algo: hay que gastar dinero y hay que mercantilizar sentimientos. 

Lo verdaderamente revolucionario sería no haber comprado nada. 

Y haber regalado tiempo. 

Tiempo para intentar entender y llenar (en lo posible) las verdaderas necesidades de la gente a la que queremos.