Licencia para matar (al móvil)
Desde el escenario con amor
El problema de los móviles en el teatro (y en todas aquellas reuniones donde el silencio y la concentración sean imprescindibles) es ya un tema cansino
Josep Maria Pou
Actor y director teatral
Josep Maria Pou
El problema de los móviles en el teatro (y en todas aquellas reuniones donde el silencio y la concentración sean imprescindibles) es ya un tema cansino. Uno siente la vergüenza de tener que repetirse de continuo, pero sabe que hay que insistir con la constancia del agua sobre la roca. Hace unos días Lola Herrera abandonó el escenario de un teatro de Zaragoza por culpa de un móvil intempestivo. A raíz del hecho, los medios han recordado el caso de otros actores como José Sacristán, Charo López y yo mismo que, en repetidas ocasiones, hemos actuado de parecido o igual modo.
Es una lucha con la que me siento comprometido y por la que ya me signifiqué bastante, sino demasiado, en el año 2005, mientras representaba 'La cabra o ¿quién es Sylvia?'. Han pasado 15 años -¡15!- y todavía, en el 2020, no hay representación sin móvil al ataque. Impotente ante una realidad que se impone, me refugio en los sueños.
Un sueño recurrente
Les cuento, en breve, uno de mis sueños recurrentes (y preferidos): me encuentro sobre el escenario, en plena representación, mano a mano con una actriz a la que admiro, y en el clímax de la escena, con el pico de la emoción en lo alto, en medio del silencio más batallado y mejor conseguido, suena un móvil en el patio de butacas. "Tranquilo, José María -me digo-, tranquilo; no pasa nada". Disimuladamente busco en el bolsillo preparado al efecto y con gesto rápido, directo, adelantando el brazo, girando la cintura y doblando ligeramente las rodillas ("el James Bond de los escenarios" me llaman en el sueño), saco el revólver, apunto a la platea y disparo. ¡Diana!
El móvil en cuestión salta por los aires despedazado; llamadas y mensajes, como pellejos, pegados al techo; los contactos, pasillo abajo; la carcasa, una piltrafa; las 'apps', pura basura. Su dueño, intacto, eso sí; ni sombra de rasguño. Pero el móvil, a la mierda. Y la representación continúa como debe porque ya, como se dice en Hamlet, "el resto es silencio".
Tranquilos. Es un sueño. Solo un sueño. De momento. Pero quién sabe.
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