IDEAS

Los fantasmas de la cómoda

La escritora y periodista Montserrat Roig, en 1987,

La escritora y periodista Montserrat Roig, en 1987, / periodico

Jordi Puntí

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Repasando libros en casa de mis padres -un donoso escrutinio sin fuego-, doy con un nombre que había borrado de mi memoria: Fèlix Balanzó. El libro se llama 'Els senyals del contrabandista' y es una recopilación de artículos que el autor escribió en el semanario 'El món' y en 'Punt Diari' entre 1987 y 1989. Hojeo sus páginas y con las palabras me vuelve el tono crítico de esos textos en esa Barcelona preolímpica y pre casi todo. Lo compré porque Balanzó aparecía en la tertulia de 'L’orquestra' de Jordi Vendrell, en Catalunya Ràdio, cuando los tertulianos aún no eran tan sabelotodo y dispersos como ahora, y sus opiniones a menudo provocadoras me gustaban. Releo el inicio de un artículo que en su día subrayé: "A veces, en casa y solo, me palpo los huesos de la calavera. Es como si representara un ser o no ser en zapatillas y a mi gusto".

Las opiniones inmediatas son ahora más fungibles y tertulianas, y no aguantan bien el paso del tiempo

Un rato después, sigo hurgando y doy con otro libro de artículos que entonces, en 1991, me divirtió mucho: 'Els fantasmes de la calaixera', de Joan Perucho. En este caso, los textos están en las antípodas de Balanzó. Perucho evoca figuras del pasado, obsesiones literarias, erudiciones y viajes. "Cenizas y diamantes", como él gustaba de decir. Ambos me hacen pensar en la extraña condición de los libros de artículos. Escritos para la inmediatez de la prensa, reunidos en libro tienen otro carácter, otro riesgo: son sobre todo la expresión de una voz que, por acumulación, gana interés en la relectura -o bien se anula en la superficialidad y las contradicciones.

En catalán había una larga tradición de este tipo de recopilaciones, y a finales del siglo XX se vivió una época esplendorosa. Los veo como una forma de lectura pariente de los libros de cuentos: antologías de Montserrat Roig, Josep M. Espinàs, Quim Monzó, Vidal Vidal, Anton M. Espadaler, Agustí Pons, Josep M. Fonalleras... Con raras excepciones, ahora todo eso se ha desvanecido. Siempre hay voces que reclaman una antología, por supuesto, pero las opiniones inmediatas son más fungibles y tertulianas, y no aguantan tan bien el paso del tiempo. Asimismo, la erudición o el detalle desconocido han perdido prestigio en la era de internet. Todo es ahora más uniforme.