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'Jojo Rabbit': el poder de la inocencia

Un fotograma de 'Jojo Rabbit', de Taika Watiti

Un fotograma de 'Jojo Rabbit', de Taika Watiti

Mónica Vázquez

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Sabía que me iba a gustar, pero ni siquiera el brillante tráiler me había preparado para el fantástico viaje que iba a ser esta película. La ternura de la infancia. El horror de la guerra. La violencia descarnada del odio. La susurrante cadencia del amor. El miedo a lo conocido y a lo desconocido. Aderezamos con un delicioso sentido del humor, ligero y contundente, irreverente y adictivo, y nos sale 'Jojo Rabbit'.

Taika Watiti consigue hacernos reír y llorar como si fuéramos niños, casi sin que nos demos cuenta. Nos lleva de paseo en bicicleta por la Alemania rota de Hitler y, en tonos vivos y alegres, nos desnuda uno de los episodios más oscuros de la historia en la forma de una infancia que se retuerce, creciendo rebelde entre las zarzas de un mundo contaminado. Nos despoja del artificio de ser adultos y nos enfrenta a una realidad que de tan terrible se nos hace lejana, como una huella en la arena, como una gaviota que no vemos, pero oímos graznar en la distancia. Jojo 'Rabbit' Betzler, un niño alemán de 10 años que forma parte de las Juventudes Hitlerianas, le planta cara a toda una vida de conquistas en unos pocos días, disparándonos en el pecho con toda la honestidad y el desparpajo de un niño que se niega a desaparecer en el polvo del mundo de los adultos.

Taika Watiti consigue hacernos reír y llorar como si fuéramos niños, casi sin que nos demos cuenta

'Jojo Rabbit' es una de esas películas que, justo porque no hace falta recomendar, no puedes hacer otra cosa si no recomendársela a todo el mundo, sin parar. No veas el tráiler. No busques información sobre ella. Tan sólo ve a verla. Lleva el recuerdo de quien fuiste cuando aún te preguntabas quién querías ser y aprende con Jojo que no todo es lo que parece, que crecer es una aventura para la que nadie está preparado pero que todos necesitamos.

Al contextualizar el horror nazi desde la mirada de un niño que se libera del odio aprendido, al reírnos juntos de aquello que no dio y nos dará siempre miedo, nos hacemos más fuertes, armándonos de esperanza. Porque mientras haya alguien que luche y crea en los demás, alguien que se ría de su propio miedo y baile al ritmo de sus sueños, habrá esperanza.

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