Puntos en común

Regreso al planeta de los simios

La exposición 'Micos. Una historia de primates' muestra a nuestra gran familia biológica, hoy en peligro

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ilu-hoy / TRINO

Jordi Serrallonga

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Pocas veces visto con americana y corbata. Es cierto que voy cómodo con botas, unos pantalones de campaña y la cazadora desgastada -el arqueólogo y naturalista siempre debe estar presto para explorar el terreno-, pero, ¿quién ha dicho que no me gusten otros atuendos? En Cambridge y Oxford observo a los docentes con sus informales trajes de tweed, y entonces desempolvo el fondo de armario en un atisbo de emular a Sherlock, o incluso al Dr. Jones en su faceta universitaria. Aunque sin éxito; cada hábito primate requiere del hábitat adecuado. Obtuve la prueba definitiva en el bus de camino a la facultad. No cabía nadie más en aquella lata de sardinas y una buena señora se agarró de mi corbata ante el brusco volantazo del conductor. Asfixiado, estrangulado, escuché que susurraba: «Espero que no te importe». La anciana carecía de los largos brazos de un orangután para alcanzar el pasamanos y yo, como primate de la jungla de asfalto, decidí que lo mejor era dejarse de corbatas (aunque la mona se vista de seda, mona se queda) y seguir con el look safari.

Así, de esta guisa, acudí al Museu de Ciències Naturals de Barcelona. La cita era especial: por fin se han reunido muchos de nuestros parientes más cercanos para una gran foto de familia: el orden de los primates. Desnudos ante el espejo -sin corbatas, vestidos ni abrigos-, compartimos atributos anatómicos. Para empezar, una cara pequeña respecto a las dimensiones totales de la cabeza. Por el contrario, la cara del rinoceronte es muy grande mientras que su caja encefálica es de bajo volumen. Los cerebros primates requieren de un buen espacio donde acomodarse.

En cuanto a las extremidades, mostramos cinco dedos articulados y prensiles en manos y pies. Y alguien pensará: «Con mis pies no soy capaz de agarrar nada». Volvamos a la vestimenta; en la urbe escondemos y aislamos los pies con el uso de calzado pero, si viajamos por selvas, desiertos y sabanas, documentaremos cómo una gran diversidad de etnias humanas se valen de ellos: desde trepar por los árboles hasta dominar el timón de una faluca.

Los dedos de pies y manos primates están desprovistos de garras; contamos con uñas planas que facilitan la prensión de fuerza, y la de precisión -o pinza- gracias a un pulgar oponible. En cambio, el perro y la ardilla, cuando roen un hueso o una nuez respectivamente, solo pueden sujetar la comida de forma parecida a como si nos enfundásemos unas grandes manoplas de cocina. Y, muy importante, los miembros del club primate poseen las dos órbitas oculares en el mismo plano. Esto podría parecer una minucia pero resulta ser una adaptación maravillosa. Por ejemplo, los ojos de una cebra están situados en una ubicación lateralizada mientras que la posición frontal de los ojos de un primate permite la visión estereoscópica; es decir, tridimensional. Requisito básico para calcular distancias con precisión, y más cuando se salta de una rama a otra. Evitar caer de un árbol, a 40 metros de altura, es crucial.

Todos estos rasgos biológicos, y no mi vestimenta externa, hacen que me sienta integrado entre los más de 60 parientes -desde el minúsculo lémur ratón hasta el gran gorila- exhibidos en<strong> 'Micos. Una Historia de Primates'.</strong> La exposición, producida por los Museos Nacionales de Escocia, ha desembarcado con fuerza en el Museu de Ciències Naturals de Barcelona. Visitarla, sin duda, nos conduce a reflexionar sobre el hecho de que no estamos solos.

Familia en peligro

En 'El Planeta de los Simios' (1968), la tripulación comandada por el capitán Taylor se estrella en un mundo inhóspito; creen ser la única forma de vida inteligente -el Homo sapiens como especie elegida- hasta que topan con gorilas soldado y chimpancés científicos: Zira y Cornelius. Los 'micos' del museo también invitan a un viaje de regreso al planeta de los simios. Es cierto. Además de los humanos, existen otros primates capaces de comunicarse y fabricar herramientas, pero también de otras cosas que parecemos haber olvidado: conservar, cooperar, y convivir en sociedad. Y es que, a pasos de gigante, nos encaminamos hacia la imagen apocalíptica que contempla Charlton Heston en la Zona Prohibida: los restos de la Estatua de la Libertad. «¡Lo habéis destruido! ¡Yo os maldigo...!»

No es de extrañar que la foto de nuestra gran familia biológica peligre. Casi el 50% de las especies de primates hoy se encuentran al borde de la extinción. Hagamos más el primate y despojémonos del disfraz de humanos. Ya lo dijo Desmond Morris, no somos más que monos desnudos.