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Soñamos los androides con laberintos

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Lucía Lijtmaer

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Una de las más reconocibles formas de representar gráficamente un videojuego es el laberinto. Un laberinto es muy efectivo: un lugar formado por calles y encrucijadas, siempre complejo, que tiende a confundir a quien se adentre en el mismo. El videojuego, además, le añade obstáculos para que el protagonista tenga que sortearlos y llegar, si se puede, a un final gratificante. Pero el final, como sabemos, nunca es lo más importante en el juego, sino la experiencia y atenerse a las reglas.

En ocasiones se compara pasear por las ciudades conocidas como el tránsito por ese laberinto. Los grandes escritores han hablado de las ciudades a partir de esa imagen -es célebre el “laberinto roto” de Londres para Borges, o 'Las ciudades invisibles', de Calvino, donde el hilo de los discursos de la ciudad es secreto, de reglas absurdas, donde la ciudad es una búsqueda fuera del espacio y del tiempo.

De videojuegos y tránsitos habla la exposición 'Gameplay, cultura del videojuego', en el CCCB. De todas las obras que se exponen y con las que se puede jugar, hay una que demuestra el laberinto, ya no físico, sino estructural del videojuego: en la pantalla se exhibe el juego, y en una ayuda visual se demuestran todas las posibilidades narrativas que ofrece cada decisión del jugador en una simple conversación con otro de los avatares. Si la protagonista elige contestar una de las respuestas, se le abre una rama del juego y descarta todas las demás, que quedan atrás. Recordé inmediatamente al verlo la base de la serie 'Westworld', donde los trabajadores del parque temático crean y perfeccionan narrativas con millares de opciones para los androides y los humanos que viven en el parque.

Tras visitar la exposición, mientras paseaba por el Raval, veía nuevos negocios y antiguos espacios que ya cerraron. Veía, sí, los que ya no existían casi con igual fuerza que cuando estaban allí. Me acordé entonces de que los androides, como Dolores en 'Westworld', no distinguen el tiempo, y todo sucede al mismo tiempo. A veces deambulamos por nuestro propio pasado como si fuera el presente laberíntico. Quien sabe si a veces somos androides y estamos más vivos.

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