Análisis
Esta derecha no sabe parar
Para Pablo Casado y Santiago Abascal España ya está rota porque no gobiernan ellos
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
Antón Losada
Se antoja un esfuerzo condenado a la melancolía intentar convencer a la derecha española que España no se rompe. Para Pablo Casado y Santiago Abascal ya está rota porque no gobiernan ellos. Suena ingenuo embarcarse en esa discusión creyendo que, con paciencia y pedagogía, se les puede sacar de su error. No es tosquedad. Es su forma de entender el poder. La democracia únicamente está bien cuando mandan ellos y si no están en el poder entonces hay que arreglarla “por cualquier medio necesario”.
Este camino hacia lo extremo ya lo recorrió la derecha española frente a Zapatero y la condujo a dos derrotas épicas, hasta que Mariano Rajoy mando parar, abandonó los excesos de 'drama queen ultra' y volvió a comportarse como un tipo previsible. Hoy, la derecha parece no haber aprendido que esa ruta sólo la lleva al monte y sus escaños parecen tomados por una banda de 'hooligans'; pero ya no está el registrador de Pontevedra para pararlos. A la izquierda le sigue costando entender que debe seguir su camino y defender sin complejos una agenda que merece la pena. Parece una mala idea empezar a gobernar tratando de demostrar que los demás son culpables de las mismas acusaciones que te imputan, o pidiendo perdón por delitos que no has cometido.
El Partido Popular ha resuelto su dilema sobre cómo competir con la derecha ultra. Entre disputarle el uso y abuso de una onomatopeya extremista y montaraz, o recuperarse como el gran partido conservador y reformista de las mayorías absolutas, ha elegido irse a la derecha extrema. Casado subió a la tribuna a demostrar que podía derrotar a Abascal en un campeonato de patriotismo de puticlub. No lo consiguió. Abascal le batió porque sabe decir “Generalidad” mil veces y que suene a insulto en todas. Únicamente logró dejar en el aire la sospecha de que, en realidad, no aspira al puesto de líder de la oposición sino a encarnar al Nostradamus del nuevo milenio lanzando predicciones siniestras.
Cuando pensábamos que los guionistas de la derecha se habrían quedado ya sin catástrofes por pronosticar, compareció el ultra Abascal para demostrarnos que la ignorancia es muy atrevida. Ha alcanzado lo impensable: ser una parodia de Torrente, el brazo tonto de la ley. Batió todas sus faltadas contra feministas, ecologistas o migrantes. Cuando salió Inés Arrimadas a declamarnos su melodrama ya no quedaba España que defender ni nadie vivo en ella; por eso ha perdido dos de cada tres diputados y bajando.
Pedro Sánchez demostró en varios momentos brillantes que el sentido del humor ofrece el mejor antídoto para el veneno de la derecha extrema. Debió usarlo más y no dejarse arrastrar tanto al rincón del alboroto. El debate lo gana quien domina la agenda y se habló poco de la agenda del nuevo Gobierno. El optimismo, la afabilidad y la confianza en hacer posible una España plural y tolerante es hoy el discurso más revolucionario. La derecha no sabe cómo gestionarlo porque se nutren del drama. La comedia familiar les mata.
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