Peccata minuta
El belén de Paula
Fuimos a pasear, y, casi sin querer, nos topamos con el tan denostado belén -o 'posbelén'- de la escenógrafa Paula Bosch, de quien desde este momento me proclamo públicamente presidente de su club de fans
Estos últimos años, en Barcelona y Catalunya, dos eventos navideños vienen generando notable polémica siempre acompañada de posterior descalificación: el discurso del Rey y el pesebre de Colau. Sobre el primero, ante la republicana imposibilidad de pedir peras al olmo, no me pronunciaré; pero sí sobre el segundo, aunque llegue tarde.
El pasado 25, después de 'l'escudella', la 'carn d'olla', los turrones y el 'champagne', con la ciudad casi vacía y envueltos en una temperatura y claridad primaverales, fuimos a pasear, y, casi sin querer, nos topamos con el tan denostado belén -o 'posbelén'- de la escenógrafa Paula Bosch, de quien desde este momento me proclamo públicamente presidente de su club de fans.
La instalación de Paula tiene, como la plaza de Sant Jaume, dos caras: la que vemos mirando hacia el ayuntamiento la forman un 'skyline' -o 'window-line'- de ventanas indiscretas de las que apenas asoman un par de solitarios personajes 'hopperianos'. Para saber qué se oculta tras ellas solo hace falta dar un giro de 180 grados, y, con la Generalitat de fondo, se nos aparece un gran mosaico irregular de cajas de madera, como un trastero, que contienen las pruebas enfriadas de lo que -para aquellos que algún día la amamos- fue la Navidad.
En este amontonamiento de cajas, más allá de los elementos canónicos de la frágil arquitectura del belén, están todos los resortes 'proustianos' de nuestra memoria pagana: las figuras de barro envueltas en papel de periódico, la vajilla familiar que solo sale del bufet para dar cobijo al caldo y a los canelones, el tarro de cristal lleno de 'galets' de los grandes, un décimo no premiado, una cesta sin jamón, un pollo de cartón piedra, docenas de uvas de plástico engullidas a toda prisa, jerseys y peucos de lana gruesa tejidos con mucho amor, una vieja edición de 'Els pastorets', de J. M. Folch i Torres, cajitas aún más pequeñas con pequeños rótulos manuscritos: “guirnaldas”, “cintas“, “adornos”, “bolas”, “luces del árbol”… Y el musgo, la ponsetia, el boj, el acebo…
Dos puñetazos directos al alma: el elepé de Frank Sinatra, Bing Crosby y Fred Waring and The Pennsylvanians que durante décadas sonó en las eternas sobremesas en casa de mis padres mientras caía la tarde, y una foto, en blanco y negro de época, de una muy joven y apuesta pareja sonriendo al futuro. Gracias, Paula, por sacar de tu caja fuerte tus cajitas; se diría que hemos leído el mismo libro en distintos ejemplares.
P.S.: Solo encontré a faltar una cosa: el discurso del Rey.
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