Un encargo peliagudo

He trabado cierta amistad con Javier Melero y me he leído su libro, que, si no es el mejor acercamiento literario a las interioridades del 'procés', poco le falta

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Ramón de España

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Cada día me gusta más hablar con gente que se dedica a cosas distintas de las mías. Siento una predilección especial por los abogados, ya que ellos, a diferencia de mí, tienen una indudable incidencia sobre la realidad, mientras yo debo conformarme con hablar solo en los papeles. Recientemente he trabado cierta amistad con Javier Melero y me he leído su libro 'El encargo', que, si no es el mejor acercamiento literario a las interioridades del 'procés', poco le falta. El título es acertadísimo porque lo de defender al indefendible Joaquim Forn fue un encargo de una gente situada ideológicamente en sus antípodas (Melero, igual que yo y otros ilusos, rondaba por los inicios de Ciutadans, de donde salió corriendo, como quien esto firma, cuando Rivera nos salió rana y de derechas y se despidió públicamente de la social democracia).

Melero es de esos abogados que solo le ofrecen a su cliente, sea quien sea, la mejor defensa que el dinero pueda comprar. Las soflamas, que las suelte Van Den Eynde; nuestro hombre solo aspiraba a mantener a Forn fuera del talego, cosa que no consiguió porque no había forma humana de lograrlo. Además del interés político, 'El encargo' es un libro muy entretenido en el que se nota la influencia de grandes humoristas británicos como P. G. Wodehouse o Evelyn Waugh, mezclada con un poco de la de Eduardo Mendoza. Hay bofetadas a ciertos personajes, pero Melero las reparte con una elegancia que alabaría el mismísimo marqués de Queensberry. Gracias a él, uno descubre que ciertos personajes detestables lo son mucho menos en la distancia corta y que, en el fondo, la justicia tiene mucho de teatrillo. El principal damnificado del humor criminal de Melero es su colega Jordi Pina, que aparece como un iluminado independentista y, sobre todo, como un pelmazo de padre y muy señor mío que no deja hablar a nadie. Por el contrario, Quico Homs, que para mí siempre será el Sabio de Taradell, se nos presenta como un muchacho a su manera bienintencionado, aunque de escasas luces, que se pasma ante la evidencia de que en Catalunya no todo el mundo piensa como él.

Siendo un personaje fundamental del teatrillo tragicómico del 'procés', Melero se las apaña para parecer un intruso al que nadie entiende cómo se le ha permitido acceder a tan peculiar fiesta. Cual Rufo Batalla de la abogacía, Melero asiste a hechos insólitos y los narra manteniendo su mejor cara de póquer.