ANÁLISIS
El clásico: vísperas de mucho...
Antoni Daimiel
Periodista
Antoni Daimiel
Cuando el Clásico se aplazó, se aplazó la nada. O la casi nada. No está claro si, de no haberse aplazado, hubiera ocurrido algo más emocionante o vergonzante, dentro o fuera del campo. Lo que resultó indiscutible a la vez que inevitable es que el miércoles pasó mucho menos de lo esperado cerca o lejos del balón. Los físicos fundamentan a través de la teoría cuántica que no existe la nada total, el vacío completo, porque puedes eliminar materia y aire de un espacio pero el propio espacio y quizás la luz que pasa o se refleja en el mismo se mantienen. La nada no existe porque si existiera no existiríamos nosotros para poder decir si existe o no. Lo peor es que existamos y podamos contar tan poco de una cita tan señalada.
Un cero a cero en un clásico es la certificación, el sello de la casi nada. En estas fechas los grandes no son omnipotentes, también lucen pecados, carencias y penitencias. Al que asegura pegada le falta método y viceversa. También el VAR cada vez se desprende de más partículas y antipartículas burbujeantes, cada vez recupera antes y en mayor plenitud el vacío o la efervescencia de la que partió. Los disturbios de después del partido también quedaron en mucho menos a juzgar por las previsiones de comunicadores agoreros y cenizos que se pasaron las 48 horas previas delante de un croma en llamas.
Subtitulado de cine mudo
El centro del campo azulgrana es la nada aparente, la nada cotidiana. Eso que hay entre el núcleo del átomo, allí donde radican Ter Stegen y Piqué, y los electrones de arriba, siempre aparente y eléctricamente cargados. La ausencia de Busquets es el cuño del carácter inhóspito central de este equipo. El tránsito del juego del equipo de Valverde es un subtitulado de cine mudo y sus seguidores no son capaces de descifrar si este equipo no puede tejer o ya no le interesa. Tejer entendido como jugar y crear en el downtown, en el centro. Al fin y al cabo ya hace décadas que las factorías, el tejido de los centros de producción, se asentó en los extrarradios.
Un cero a cero en un clásico es la certificación, el sello de la casi nada
La puesta en escena del equipo de Zidane sí que fue un hallazgo en cuestiones de materia. Su centro del campo es un circuito entreverado, un solomillo sabroso por sus coloristas combinaciones de fibra y grasa. Una superficie con postes que si estuvieran unidos por una cuerda rara vez lograrían anudarla. Casemiro, Kroos e Isco fueron pilares de un puente bien estructurado y descendiente con un correo de asistencia y avituallamiento llamado Fede Valverde, siempre en movimiento de traslación. El Madrid ya se lo ha cuestionado todo y parece que ha encontrado respuesta para casi la totalidad de sus dudas. Ahora le empieza a lanzar preguntas a los demás.
Fue uno de esos partidos de los que hacen afición a otros deportes. Por supuesto, el fútbol puede permitirse de vez en cuando noches así de improductivas, la expectación se regenera rápido y su carácter masivo no se resiente. Además, la edad de Instagram tiene previstas plantillas y emojis para cada resultado o tipo de partido. Incluso para gatillazos así.
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