Al contrataque

Historia de un billete

A los postres aparece un billete de 20 euros que amenaza con dinamitar el buen rollo. Alguien había escrito en una de sus caras: 'Catalonia is not Spain', con el símbolo de la 'estelada' como guinda

Billete de 10 euros con una impresión que dice "Catalunya nou estat d'Europa".

Billete de 10 euros con una impresión que dice "Catalunya nou estat d'Europa". / periodico

Carles Francino

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Erfoud, sur de Marruecos. Comida de despedida de un grupo de familias viajeras tras una ruta por el desierto de Merzouga. Menú: pizza bereber, tajín y ensalada. Protagonistas: los niños, que buscaban la pista de los Reyes Magos, a quienes acabaron encontrando una noche en mitad de las dunas. Sus caras de sorpresa, las carreras, las sonrisas, la emoción… incluso entre los más veteranos resultaron inenarrables. Magia a golpe de talonario, sí, pero magia. Por lo demás, ambiente cordial entre gente de Barcelona, El Burgo de Osma, Elgoibar, Sant Just Desvern, Madrid, Granada, Sevilla… Casi media España representada. Pero a los postres aparece un billete de 20 euros que amenaza con dinamitar el buen rollo. Alguien había escrito en una de sus caras: “Catalonia is not Spain”, con el símbolo de la 'estelada' como guinda. No sé si todos los comensales se apercibieron, pero a mí el runrún me llegó, tal vez porque alguien imaginaba que yo podía ser portavoz de no sé qué. ¡Nada más lejos de mi intención! Aun así me animé a comentar que no tenía mayor importancia y que el billete conservaba íntegro su valor, pero mi interlocutor -granadino- no se dio por satisfecho.

-“Es que siento pena y vergüenza. ¿Por qué tengo que aceptar que alguien quiera hacer más pequeño mi país? ¡Vaya ganas de tocar los huevos!

Y yo pensé para mis adentros: ¿esto es internacionalizar el conflicto o diseminar el mal rollo? Porque un billete es algo que circula, que nadie sabe en manos de quién caerá ni a quién puede ofender. Aunque eso a los propagadores de virus les da igual. Y ya sé que los hay de todos los colores, porque hasta la fecha no me ha llegado ningún billete donde ponga “¡putos polacos catalanes!”, pero doy por hecho que existen.

Incluso tenemos ya la primera condena a un tuitero por catalanofobia, un descerebrado que se mofó de las víctimas -catalanas casi todas- del accidente de Germanwings. Y con todo eso en la mochila me acordé de la lección de sentido común y tolerancia que me transmitió días atrás en la radio Miguel Poveda. Este cantaor catalán, de madre manchega, padre murciano, hijo adoptivo de Sevilla y Medalla de Andalucía, que es la imagen de la alegría con patas, compuso el gesto serio cuando admitió estar sufriendo por todo este lío. “Yo intento empatizar con todos los sentimientos. Lo que no entiendo son las luchas absurdas. Si una persona no se siente española, ¿quién soy yo para obligarle o zarandearle? No nos vamos a quemar los unos a los otros, ¿verdad?”. Poveda lanzó estas reflexiones a la vuelta de un viaje por Burkina Fasso donde dijo haberse topado con problemas serios de verdad. No consta que le colaran ningún billete tuneado, pero también regresó jodido.