La encrucijada del Reino Unido

Corbyn, el aliado accidental de Johnson

Corbyn es heredero del laborismo pre-thatcherista, habla desde un lenguaje antiguo y genera miedo en las clases medias

Jermy Corbyn, en Londres.

Jermy Corbyn, en Londres. / periodico

Ramón Lobo

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Las encuestas sitúan en cabeza, con una ventaja de 10 puntos, a los conservadores liderados por Boris Johnson. Pero estos estudios realizados bajo los viejos métodos del bipartidismo no leen bien el mar de fondo que fluye bajo la actual política británica. El Reino Unido, y cada una de las 650 circunscripciones electorales en las que se divide, están marcados por una profunda división entre los que quieren salir de la UE y los que desean permanecer en la Unión.

Se esperan votos tácticos: los ciudadanos concentrarán su apoyo en el partido que defienda de manera clara quedarse o irse. Se producirá en los distritos con una escasa diferencia de votos entre el primero y el segundo. El resultado general es difícil de predecir con exactitud porque habrá movimiento en ambas direcciones. Recuerden que en el Reino Unido rige el sistema mayoritario: el candidato más votado se lleva el escaño aunque la diferencia sea de un voto. De poco sirven los porcentajes nacionales, solo son orientativos para detectar tendencias.

La segunda variante complicada de detectar es el resultado del Partido Liberal Demócrata de Jo Swinson. Las encuestas lo sitúan en tercer lugar, en un 13%, a más de 20 puntos de los laboristas y a 30 de los 'tories'. Es el partido de ámbito nacional más favorable –además de Los Verdes (3%)– a celebrar un segundo referéndum. Defienden quedarse en la UE. Pueden robar escaños a los dos grandes partidos, sobre todo al laborista.

Posición confusa

Jeremy Corbyn tiene una postura confusa sobre la UE. Rechaza un 'brexit' sin acuerdo, pero se declararía neutral en caso de una nueva consulta. Corbyn es un euroescéptico de izquierda. De joven votó no en el referéndum de 1975. Considera que Bruselas está en manos de los intereses del capital.

Estamos ante la tercera elección general en cinco años, y un primer ministro que ha llegado al puesto a través de un golpe palaciego contra su compañera del partido, Theresa May. No está en discusión la victoria conservadora, sino su dimensión; si logrará la mayoría necesaria para llevar a cabo sus planes de salida de la UE. Necesita dejar de depender de los unionistas de Irlanda del Norte, que tumbaron los acuerdos de May con Bruselas y que no apoyan un 'brexit' duro. Cualquier resultado que no sea mayoría absoluta (326) sería catastrófico para Johnson.

Los laboristas tienen varios problemas. El principal, su líder, enredado desde hace meses en un feo asunto de antisemitismo del que ha salido tarde y mal –acaba de pedir perdón–. Corbyn es heredero del laborismo pre-thatcherista, habla desde un lenguaje antiguo y genera miedo en las clases medias. Tampoco despierta entusiasmo entre los jóvenes. Hasta el aburrido Gordon Brown tendría más posibilidades hoy de derrotar a Johnson.

Dominio del SNP

Escocia, el gran caladero laborista hasta hace dos elecciones, se ha pasado en masa al SNP, el partido independentista dirigido por Nicola Sturgeon. Sin esos votos es imposible derrotar a los conservadores. Sturgeon ve en la actual agitación política pre 'brexit' la oportunidad de celebrar un nueva consulta para separarse del Reino Unido. Su argumento es que en Escocia votaron permanecer en la UE y que si Londres mantiene sus planes de salida, solo les quedará la vía de la separación. España no sigue con entusiasmo esta posibilidad.

El Partido del Brexit, el último invento de Nigel Farage, está hundido en las encuestas. Resulta curioso que este tipo vulgar y xenófobo, un ególatra que tiene encandilado a Donald Trump, fuera uno de los motores desde sus anteriores siglas, UKIP, del referéndum de junio del 2016. Puso la consulta en el centro del debate británico. Contó con las inestimables ayudas de un líder tan irresponsable como David Cameron, y de un oportunista como Johnson, capaz de decir una cosa y la contraria. Detrás de todos, el mago de la manipulación, Dominic Cummings, y el uso masivo de las redes sociales para llegar a cada votante con un mensaje personalizado.

Haya o no segundo referéndum sobre la permanencia en la UE –dependerá de lo que suceda el 12 de diciembre–, el Reino Unido seguirá abismado en dos mitades difíciles de reconciliar a corto y medio plazo.

Los tres partidos nacionales prometen más gasto público sin especificar de dónde saldrán los ingresos. Johnson defiende con pasión la sanidad pública, pese a que su partido ha trabajado en demolerla, y oculta las consecuencias de un 'brexit' duro. Todos juegan a la pequeña política, sin pensar en las nuevas generaciones. Importa más el “Europa nos roba” que la emergencia climática. El actual primer ministro, elegido por un grupo de hombres blancos de clase alta de su partido, ha conseguido que se hable más del futuro del Reino Unido que de su gestión y la de sus antecesores. No es consecuencia de una estrategia genial, sino del aprovechamiento del vacío intelectual en una sociedad que cambió los deberes de la ciudadanía por las ventajas de la obediencia, un mal cada vez más global que carcome la esencia de las democracias.