La Cumbre del Clima puede ir en serio

Uno de los pabellones de la Cumbre del Clima de Madrid.

Uno de los pabellones de la Cumbre del Clima de Madrid. / periodico

Jordi Alberich

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Durante diez días, Madrid acoge la Cumbre del Clima, tras la renuncia de Santiago de Chile, aún paralizada por los episodios de violencia de hace unas semanas. Una conferencia con un impacto económico directo de 150 millones de euros, que la ciudad se ha ganado merecidamente por haber sido capaz de organizar, a toda velocidad, un encuentro especialmente complejo.

La Cumbre se desarrolla bajo el liderazgo de Naciones Unidas, y tiene por fin el dar continuidad a los acuerdos de la celebrada en París en el 2015, cuando 195 países firmaron el primer acuerdo vinculante mundial sobre el clima. Ahora, se propone reducir las emisiones de carbono el 7,6% anual y, así, llegar a su nulidad en el 2050.

Un objetivo muy ambicioso que cuenta con la dificultad añadida de la posición de Estados Unidos, cuya administración ha iniciado el procedimiento para retirarse del acuerdo de París, y de la imprevisible China, primer emisor mundial de gases contaminantes. Tres consideraciones al respecto.

La eliminación de gases contaminantes constituye una genuina revolución para nuestro modelo económico y modo de vida. Una transformación que incidirá en el día a día de los ciudadanos, y afectará a todos los sectores productivos, algunos de los cuales incluso se verán forzados a su propia reformulación. Éste será, entre otros, el caso del automóvil, enfrentado a la implantación generalizada del vehículo eléctrico y la progresiva limitación al uso del diésel. Ello por no mencionar la extraordinaria transformación del sector energético, que deberá mover el mundo con energías limpias.

Es de destacar que esta Cumbre llega en un momento de enorme presión social favorable a los objetivos de Naciones Unidas, especialmente entre las generaciones más jóvenes, para quienes el compromiso medio ambiental resulta de lo más natural. Ello se refleja paradigmáticamente en que una adolescente, Greta Thunberg, se haya convertido en icono global en la defensa del planeta. Una sensibilidad que alimenta ese creciente protagonismo de grupos de presión que influyen directamente en las políticas públicas. Una nueva realidad que, a diferencias de prácticas de responsabilidad social corporativa de carácter meramente estético, ha venido para quedarse y condicionar el mismo propósito empresarial.

En estas circunstancias, Europa está ante la gran oportunidad de liderar la lucha global contra el cambio climático. Mientras parece haber perdido definitivamente la batalla por la hegemonía militar o tecnológica, la apuesta por la sostenibilidad responde a los valores más propios del proyecto europeo. Ninguna otra región del mundo cuenta con una sensibilidad social tan favorable a la preservación del medio ambiente, y solo a partir de esta voluntad ciudadana es posible comprometer a administraciones, empresas y ciudadanos en un objetivo común.

Sin exagerar las expectativas, se dan las condiciones para que estos días arranquemos algún que otro avance significativo. Más difícil se antoja arrancar una sonrisa a Greta Thunberg.