LA CLAVE
Envidia de PNV
Los independentistas pragmáticos de la posconvergencia, hoy maniatados por Puigdemont, sienten envidia del PNV. Envidia y estupor: según cómo termine la negociación con Sánchez, será ERC la que se hará con su legado perdido
Luis Mauri
Director adjunto
LUIS MAURI
Mariano Rajoy colgó el teléfono y vio con una claridad descarnada que iba a ser derribado por Pedro Sánchez. El presidente del PNV, Andoni Ortuzar, le acababa de informar de que los nacionalistas vascos iban a apoyar la moción de censura socialista. Era el 31 de mayo del 2018. El día siguiente, Rajoy era defenestrado.
Mucho antes, Felipe González comprendió el 22 de junio de 1995 que no sería capaz de agotar su cuarto mandato. "CiU da por acabado su apoyo global al Gobierno", titulaba aquel día en portada El País. González no pudo aprobar los Presupuestos de 1996, adelantó las elecciones y fue desalojado de la Moncloa por José María Aznar. El líder del PP ascendía apoyado por los nacionalistas catalanes y los vascos.
Quitar y poner gobiernos. Obtener a cambio competencias, recursos e inversiones. Hacer de lobi industrial y comercial en Madrid. Estos fueron siempre los grandes poderes de los nacionalismos periféricos en la arquitectura política y económica de España desde la Transición.
Nacionalismo extraviado
El PNV, por quien el nacionalismo catalán siempre ha sentido una fascinación no exenta de complejos y resentimiento, ha sobresalido en el ejercicio de ese poder. Sobresalido, se entiende, en función del rendimiento. Los peneuvistas supieron sobreponerse y corregir el rumbo con rapidez tras la frustrada aventura soberanista de Juan José Ibarretxe. El nacionalismo catalán de centro derecha, en cambio, permanece extraviado desde que Artur Mas decidió cambiarlo de vía.
La factura de la apuesta de Mas es descomunal para Catalunya, para España y para la expresión política de lo que un día fue Convergència. Los independentistas pragmáticos del PDECat, hoy maniatados por Carles Puigdemont, no ocultan la envidia que sienten por el PNV. "La independencia no llega de un día para otro. Yo también soy independentista, pero no idiota", vino a decirles el portavoz peneuvista en el Congreso, Aitor Esteban, en una reciente visita a Barcelona. Un anacrónico pálpito freudiano estremece la posconvergencia moderada. Envidia y una buena porción de estupor: según cómo termine la negociación con Sánchez, será ERC la que se hará con el legado perdido.
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