Ciencia y filosofía

La idea de la universidad

El proceso de competitividad al que se someten los estudios y los recursos de investigación refleja la dinámica de lo imperante. Es decir, la de la capitalización de casi todo

Estudiantes entrando en la UPC, huelga indefinida de las universidades.

Estudiantes entrando en la UPC, huelga indefinida de las universidades. / periodico

Miquel Seguró

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Este año se cumplen 50 años del fallecimiento de Karl Jaspers (1883-1969). Además de dejarnos una prolija obra, este filósofo alemán es fundamental para comprender el destino de la cultura alemana y, en parte, también de la europea. Fue, por ejemplo, el director de tesis doctoral de Hannah Arendt, o el redactor del informe sobre el caso de Martin Heidegger en diciembre 1945 durante el proceso de desnazificación de la universidad alemana.

Precisamente en torno a la idea de la universidad Jaspers escribió un libro, reeditado varias veces. Convencido de que la ciencia es incapaz de dar respuesta al porqué de su sentido, para Jaspers el papel de las humanidades, y de la filosofía en particular, es capital para la autocomprensión de nosotros mismos. Dependiendo de lo que el hombre asuma sobre sí mismo y sus relaciones, hará una cosa u otra con sus conocimientos, entre los cuales, los científicos. Eso no significa que la filosofía o las humanidades den con la respuesta a todo y por sí solas. Su valor está en que ayudan a enmarcar mejor el fenómeno del conocimiento y a detectar qué deseos, pasiones y esperanzas humanas laten tras la ciencia y la técnica.  

Hoy seguimos viviendo en el paradigma cientifista y tecnocéntrico que critica Jaspers en 'La idea de la Universidad'. Y eso se deja notar no solamente en la estructura de los estudios universitarios, sino también en la capitalización de los mismos. No es que valga solamente lo que es demostrable, o empírico, sino que además cuenta lo que rinde económicamente, lo que es mercantilizable. El proceso de competitividad al que se someten los estudios y los recursos de investigación refleja la dinámica de lo imperante. Es decir, la de la capitalización de casi todo.    

Al final de su libro Jaspers se refiere a los docentes. Escribe que la burocratización llevada al extremo comporta la extinción de la libre iniciativa y audacia personales. Algo que pasa, de hecho, con cualquier profesión. Este aspecto, el de la pérdida de creatividad, es importante para valorar el actual sistema de índices de calidad de las publicaciones, que es el criterio fundamental para evaluar los currículos académicos.

La competitividad

Que hacen falta mecanismos de evaluación y acreditación de las capacidades académicas no hay duda, pero la cuestión es saber cuáles y a qué remiten esos mecanismos. Porque, a día de hoy, el valor curricular de una publicación científica depende del puesto en el ranking en el que aparece la revista que lo publica, y no tanto del contenido del mismo. A lo cual hay que añadir que algunas de estas revistas responden al modelo de "tasas de procesamiento de artículos", es decir, que exigen financiación para poder publicar y ofrecer en abierto sus artículos. Competitividad redoblada. Y, lo que es peor, ni siquiera ello garantiza nada, como certifica la <strong>precariedad </strong>crónica de los contratos del profesorado universitario.

Sin caer en el catastrofismo
tenemos que saber que existe un problema de fondo con la universidad. No con su merecido prestigio, sino con la forma que le damos

Tampoco hay que ser ingenuos y pretender que la universidad sea un oasis en medio del desierto. El modelo socioeconómico es el que es, y hasta hay que saber encontrar en la competitividad, enmarcada dentro de un contexto de justicia y equitatividad sociales, aquello que genera progreso e innovación. Pero sus excesos no aportan otra cosa que autoexplotación, como ha popularizado Byung Chul Han. Una dinámica que solo puede revertirse si, entre otros actores, la universidad contribuye a su superación.

Una cosa es, pues, la idea de la universidad y otra su realidad. Sin caer en el catastrofismo, tenemos que saber que existe un problema de fondo con nuestra universidad. No con su merecido prestigio, sino con la forma que le damos. Porque de la universidad holística del conocimiento hemos pasado a un modelo que demasiadas veces privilegia en última instancia el criterio de la ratio economicista del mercado. Si la universidad es el foro donde se indaga la verdad, la radicalidad de ese compromiso la lleva contradicciones consigo misma y con el contexto socioeconómico en el que se desarrolla. Estar en la sociedad pero para dinamizarla, transformarla, mejorarla, no para perpetuar sus puntos débiles, y mucho menos la autoexplotación profesional.

Entregarse a vivir con estas tensiones es, parafraseando a Jaspers, condición indispensable para el avance de la universidad. Porque, en efecto, la universidad decae cuando se convierte en un agregado de escuelas profesionales. La duda que hoy ya se convierte en seria preocupación es saber cuánto tardará en revertirse este destino.