El juicio del 'procés'

El fracaso de una sentencia

El proceso judicial, aunque es un excelente mecanismo de resolución de conflictos, no es realmente apto para solucionar cualquier controversia

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Jordi Nieva-Fenoll

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A estas alturas, pocos se atreverán a negar que la sentencia del procés ha propiciado un fracasosentencia del procés. Con seguridad no fue esa la intención de los magistrados. Sabían que serían criticados, por parte de los unos como traidores por no haber condenado a 25 años por rebelión, y por los otros como represores por haber impuesto penas de entre 9 y 13 años. Probablemente algunos magistrados pensaron que una dura condena tendría un efecto ejemplarizante, a fin de evitar a través del miedo que otras personas hagan lo mismo que los condenados. Otros quizás se veían venir que las penas de prisión no resolverían nada y desatarían una crisis, no ya política sino, mucho peor, social. Y eso es justo lo que ha ocurrido.

Se ha ignorado desde el principio que el proceso judicial es un magnífico mecanismo de resolución de conflictos que previene lo que técnicamente llamamos “autotutela”, es decir, que la gente se tome la justicia por su mano. Sin embargo, cuando la justicia no resuelve el conflicto, la autotutela vuelve. Y de ese modo, unos contratan a matones para echar a ocupantes ilegales de sus pisos que los jueces no expulsan, como debieran, en brevísimo plazo; otros contratan a sicarios para conseguir la protección que el Estado no les puede dar; y otros se echan a la calle generando disturbios para crear sensación de alarma. Todos ellos, y otros colectivos, tienen en común que los tribunales no les dan la respuesta que esperan.

El jurista en particular, y las autoridades en general, deben estar muy pendientes de esos fenómenos de autotutelaautotutela, pero no sólo para reprimirlos -a veces es imposible- sino más bien para prevenirlos. Y el proceso judicial, aunque insisto en que es un excelente mecanismo de resolución de conflictos, no es realmente apto para solucionar cualquier controversia. En realidad, de acuerdo con su origen, está más bien pensado para resolver litigios individualizados en dos o más personas, pero siempre pequeños colectivos. Lamentablemente no sirve para resolver conflictos sociales, es decir, cuando el colectivo es demasiado grande. En esos casos es una tremenda ingenuidad pensar que una sola persona -un juez- o unas pocas -un tribunal- pueden resolver el conflicto de miles de sujetos con una decisión que, aunque tenga vocación de eternidad -cosa juzgada-, jamás puede ser realmente definitiva.

El camino del entendimiento

La razón es que las sociedades cambian, y conforme van mutando, van alterando sus puntos de vista en función de las circunstancias. Pocas veces históricamente deciden los ciudadanos dirimir sus controversias políticas sometiéndose al parecer de un juez, porque siempre van a pensar, unos y otros, que el juez es un amigo o enemigo en función de lo que decida. Es decir, que no es imparcial. Es más, en cuestiones sociales es casi imposible ser imparcial y no tomar partido.

Para resolver ese tipo de controversias que implican de manera incuestionable las emociones, están otros mecanismos de resolución de conflictos a los que los especialistas llamamos transacción o acuerdo y conciliación o mediación, y que la sociedad en general denomina “política”. La política, en democracia, consiste en dialogar y llegar a acuerdos, así como favorecer que otros encuentren su solución dinamizando una relación entre bandos que se haya viciado derivando en un enfrentamiento. Por eso siempre hay que estar atentos a las minorías y escucharlas, para que se sientan comprendidas e integradas en el sistema viendo cómo sus puntos de vista influyen, y no se sientan sistemáticamente excluídas.

Cuando la justicia no resuleve el conflicto, la autotutela vuelve

De ahí que se equivocaran los que pretendieron resolver el conflicto catalán como un tema de orden público mandándolo a los tribunales. ¿Alguien cree seriamente que encarcelando durante años a nueve personas se va a arreglar este conflicto? Quizás son los mismos que, utilizando terminología totalitaria, lo calificaron desde un principio como una “enfermedad”, o que repiten, llenándose la boca de ¿democracia?, que lo que sea una parte de un Estado depende de lo que decidan los ciudadanos de todo ese Estado, aplastando así la mayoría a la minoría. Lo mismo que los que creen que la solución es un referendum: la mayoría impuesta de nuevo a la minoría. Lo único que genera la paz es la búsqueda constante de soluciones de consenso. Ni siquiera cuando votamos en las elecciones buscamos resolver conflictos por mayorías, sino que designamos a quien debiera saber hacerlo buscando siempre el entendimiento.

Y eso es lo que últimamente parecen haber olvidado tantos políticos.