Emociones en la infancia

El peligro de la ficción

Los límites de la realidad son difusos para los niños y un relato para adultos puede ser dañino

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Mónica Vázquez

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La ‘humanización’ es el proceso de educación de los niños gracias al cual aprenden a ser humanos, en la mayor amplitud de la palabra. Los niños aprenden a mirar, a hablar, aprenden a construir conceptos e ideas, a comunicarse y poner en común sus impresiones. Aprenden a amoldarse al mundo que les ha tocado vivir, y lo hacen constantemente, a través de todos los medios disponibles: la familia, el colegio, las películas y libros que consumen, los amigos con los que juegan...

Los niños aprenden a ser personas y, con los años, aprenden a acceder a sus emociones. Aprenden a sentir dolor, soledad, miedo y amor. Las películas que consideramos infantiles son armas de educación masiva. Bambi, Dumbo, Caperucita Roja, Pinocho... podríamos categorizarlas como tragedias terribles, increíblemente punzantes y capaces de atravesar la sensibilidad de cualquier adulto. Sin embargo, los niños las ven sin más, a veces obsesivamente, repitiendo el drama como quien come palomitas: casi sin sentir. El niño se sentará delante de la tele y verá morir a la madre de Bambi con más confusión que pena en la mirada, mientras sus padres se hinchan a llorar “recordando” lo mucho que les afectó esa escena cuando eran niños. Pero lo más probable es que se trate de un recuerdo fabricado, una interpretación artística de un pasado que idealizaremos siempre: la infancia. El niño no entiende aún la idea de la muerte y, por tanto, no sabe realmente lo que está viendo: no procesa la totalidad de la información que está recibiendo. El niño surfea la ola de realidad mientras los adultos nos sumergimos en ella, ahogándonos en su consistencia e inevitabilidad.

'Joker' es aterradora, cuesta creer que haya quien caiga en el error de verla con menores

Pero que no sean capaces de discernir los claroscuros de, por ejemplo, ‘Joker’, no quiere decir que no les genere sombras con las que tendrán que lidiar más adelante. ‘Joker’ es aterradora; se viste de colores y mugre para contarnos una historia que desgarra el tejido de la sociedad, nos estruja el corazón con una mano y con la otra nos invita a bailar, escupiendo verdades con asco, riéndose de la humanidad. No es una película para niños, bajo ningún concepto, y lo cierto es que me cuesta creer que alguien haya caído en el error de ir al cine a verla con uno. ¿En qué momento los pósters, tan crueles en su agresividad, o los tráileres, tan agresivos en su crueldad, hicieron pensar a alguien que se trataba de una película familiar? Todo lo que los niños ven, todo lo que escuchan, es un ladrillo más con el que construyen su versión del mundo. Y, si bien es verdad que quizá no les estamos haciendo un gran favor a los niños cuando  intentamos alargar lo máximo posible la ilusión de belleza y armonía que relacionamos con la infancia, resulta evidente que no todo vale. Los límites de la realidad son difusos para los niños, que aún están intentando construirse a ellos mismos, y una ficción adulta puede resultar violenta y dañina para su sensibilidad apenas hilvanada. Aún no saben jugar a la ficción.

Pero los niños son fuertes. Resistentes. Encuentran la manera de sobrevivir al mundo de los adultos y, con el tiempo, dominarlo. Todos recordamos esa película que vimos demasiado pronto, ese libro que leímos cuando aún no estábamos preparados, o ese cómic que ojeamos cuando aún estábamos a medio hornear. Y nos afectó. Nos cambió. Puede que incluso nos traumatizara un poco. Pero aquí estamos, porque, al final del día, la vida es una colección de traumas y la cruda realidad es que nunca es demasiado pronto para empezar.