Protestas incendiarias
La violencia tapa la sentencia
Cada contenedor quemado, cada adoquín lanzado, allana el discurso del orden al Gobierno español hasta hacer desaparecer cualquier referencia al conflicto político
Sílvia Cóppulo
Periodista y psicóloga.
Licenciada en Psicología y Doctora en Comunicación. Profesora de Comunicación en la Universitat de Barcelona
Sílvia Cóppulo
La violencia hace olvidar la sentencia. El miedo y la angustia que genera ver cómo cada noche las calles de Barcelona y otras ciudades de Catalunya arden tapan el orgullo y la alegría de las Marxes per la Llibertat. Sabemos que estos jóvenes mayoritariamente son nuestros hijos. Seguro que entre ellos hay infiltrados. Pero no escondamos la realidad. Son nuestros adolescentes, que, por definición, se sienten inmortales y cargados de todas las razones. Podemos entender su indignación originaria, pero no se puede legitimar que acabe convirtiéndose en violencia. Al contrario, hay que saberla contener y encarrilar pacíficamente. Aquí, los líderes políticos y sociales tienen un reto en el interior del país. Y los padres y las madres han de educar a los jóvenes en la paz y la complejidad del mundo adulto. Llana y sencillamente, hablar con ellos, fuera las capuchas y nada de palos.
Es cierto que los adolescentes saben que a aquellos que pararon una manifestación espontánea -me refiero a los Jordis- les han caído nueve años de cárcel. Después todos sabemos que el fuego atrae y la violencia llama.
¿Consecuencias? Al ministro del Interior el vandalismo le facilita el relato. Dice y repite hasta la saciedad que se trata de un problema de orden público. Todos sabemos que es consecuencia de un conflicto político no resuelto y sentenciado injustamente. Pero ¿y qué? Cada contenedor quemado, cada adoquín lanzado como arma arrojadiza, allana el discurso del orden al gobierno español hasta hacer desaparecer cualquier referencia al conflicto político.
La gente no se atreve a salir de noche, las tiendas tienen que cerrar pronto, se han cancelado centenares de actos sociales y culturales y no se sabe por qué carreteras se podrá circular mañana. ¿Eso es positivo? Y aún, ¿es rentable social y políticamente? ¿Moralmente, aceptable? A todas las preguntas habrá que responder con un 'no' en mayúsculas. Con las calles destrozadas, se malbarata de manera miope y veloz la razón última del soberanismo. Incluso el rédito que el independentismo podía sacar de una sentencia vergonzosa. A estas alturas, hay alguien que debe estar frotándose las manos.
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